jueves, septiembre 19, 2024

Apruebo-Dignidad ante la capitulación. ¿Nueva Concertación?

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A tres décadas del inicio de la “transición pactada” (1990) la “izquierda chilena” vive sus horas más aciagas ante el revival de acuerdos elitarios y cerrojos constitucionales, impensados en tiempos algorítmicos. En las últimas semanas el discurso restaurador (orden) ha logrado restituir una “normalidad mediática”, impulsando una constitución excluyente que niega la soberanía popular, para suscribir un nuevo acuerdo oligárquico. Hoy se busca retratar la demanda popular (estallido, 2019) como un “hito desintegrador” (delirante, distópico, bastardo) y con ello se ha levantado un discurso reaccionario de progresismos laxos, conservadurismos fanáticos, y saberes expertos de la clase empresarial.

Y ante la herida abierta el 04 de septiembre, luego del triunfo de la opción rechazo en el plebiscito de salida, la estrepitosa derrota hegemónica sepultó el “programa transformador”. Tras el discurso póstumo del presidente Boric Font ante la estatua-homenaje a Patricio Aylwin (“mármol republicano”) vienen preguntas primordiales. En suma, cómo Apruebo-Dignidad enfrentará los 50 años de la Unidad Popular, más allá del recurso memético (memes), la metáfora coyuntural o el travestismo simbólico. La imagen de la celebración puede ser similar “un GAM carnavalesco” para recordar a la UP. Al parecer, la liturgia espectacularizante es lo único que queda ante la derrota hegemónica de izquierdas sin porvenires y progresismos sagaces.

Dos décadas antes, en post-dictadura, se había decretado que la única “vida posible” se debía gestionar por el cauce de los Derechos Humanos. Ciertamente la judicialización era un hito reparador en el caso chileno, sin embargo, la izquierda no pudo dar con un discurso (no testimonial) que superen la topografía de un presente sin horizonte. Hoy las “vidas de derechas”, no pueden lidiar con formas de militancia -declaradas obsoletas, pecaminosas y trasnochadas.

La revuelta chilena del 2019, con sus grises y destellos, fue un proceso de intensa destitución que devastó el mapa intelectual,y los asesores elitarios se quedaron sin ningún texto para interpretar las energías de cambio. A poco andar se desliza una pregunta fundamental. Hoy que la herida irrefrenable no cesa de sangrar en el polo gubernamental. Después del 04 de septiembre y el acuerdo constitucional, ¿será posible mantener la cohesión creativa en pleno quiebre estructural entre izquierdas en extinción y progresismos tan traviesos como pragmáticos? En medio de la tormenta y sus afecciones, ¿es dable un horizonte compartido de comprensiones y nuevas transformaciones en Apruebo Dignidad? Todo indica que en el corto plazo viene un tiempo de administración y pragmática.

Mucho antes, la “ética de los vencidos” (víctimas de la Dictadura) había entrado en connivencia con el “buenismo neoliberal” como un fenómeno previo que intentó reorganizar el pesimismo de las izquierdas haciendo del disenso un momento turístico -laxo- y estructural en post-dictadura (1990-2006). La “beatificación de las vidas de derechas” se presentó como la realidad de aquellas generaciones de los años 90’ y 2000’ que no padecieron las experiencias del trauma y que han obviado las luchas sociales en tiempos de transición. “Los jóvenes de la afasia” somatizan la higiene neoliberal, cuyo karma es el desconocimiento material de las “vidas de izquierdas” y la imposibilidad de imaginar “formas de vida”, discursos y prácticas, distintas a la hegemonía neoliberal. La buena consciencia del Frente Amplio (FA), se ha hecho parte de un “progresismo laxo” (librado al pillaje de la ultraderecha e histéricamente premunido de las influencias de la ex/Concertación) abrazando la economía cultural de las “vidas de derechas”, estableciendo el rito de la “capitulación” ante el fantasma aylwinista”. Dos décadas antes, en post-dictadura, se había decretado que la única “vida posible” se debía gestionar por el cauce de los Derechos Humanos. Ciertamente la judicialización era un hito reparador en el caso chileno, sin embargo, la izquierda no pudo dar con un discurso (no testimonial) que superen la topografía de un presente sin horizonte. Hoy las “vidas de derechas”, no pueden lidiar con formas de militancia -declaradas obsoletas, pecaminosas y trasnochadas. Tampoco es posible ocultar la indolencia hacia la política de los territorios, ni menos reponer la categoría pueblo, que ha sido expulsada por la irá digitalizada de los expertos elitarios. Este cúmulo de negaciones, pavimentó la orfandad transformadora, y ha exterminado la “comunidad del recuerdo”.   

En suma, asistimos a un acontecimiento gris, cuyo desliz no tiene precedentes en la política institucional chilena. Al punto que ello nos lleva a interrogar cómo el significante “Concertación” y sus termitas, cual vitalismo ético, vuelve a circular e intersectar las fuerzas profanantes de octubre (2019) -lirismo, fuego y fetiche- que, al menos, mediante sus desbandes  (verdor y violencia) fue capaz de empañar el afamado milagro chileno en América Latina.

En suma, el significante “militancia” no tiene ninguna carga libidinal, ni referentes proyectuales. Hoy los silogismos del orden nos dicen que toda dictadura debe ser condenada por igual (per se). El sometimiento a las narrativas del “Nunca Más” -caso del cono Sur- han capturado las izquierdas en los relatos testimoniales y necesariamente eticistas, sin poder avanzar a un programa verdaderamente transformador. El recuerdo de los desaparecidos y la borradura de sus identidades políticas es parte de la política del nuevo conglomerado, como así mismo, de la obsolescencia neoliberal mediante “derechas humanitarias” que también hacen proclamas sobre estas materias. Tal borradura descansa, de manera profunda, en el modo generacional de concebir “lo político”. La apelación al “mal radical” como horizonte de inteligibilidad de lo sucedido configuró un esquema del “buenismo” que, lejos de asumir la existencia de diferentes tipos de responsabilidades y repartos en el desarrollo del proyecto represivo. De tal modo, se propuso “desculpabilizar a la sociedad civil”, des-responsabilizando al “cuerpo social” de las tecnologías subyacentes a las imágenes del horror. La invocación permanente al “mal radical”-campos de concentración- también sirvió para componer un mecanismo absolutorio que al dotar al “otro” del carácter de absoluta negatividad desculpabilizó la omisión ciudadana e instauró una impunidad omnisciente al concentrar todo en las escenas del terror. Al final buena parte de la izquierda terminó en el museo de los Derechos Humanos, como una neutralización imaginal para elaborar otras narraciones en torno al sentido del proyecto represivo, sus mecanismos, estructuras y engranajes neoliberales. Esto nos traslada a la necesidad de un “paradigma humanitario” -necesario- pero que no restringa a la tragedia de los campos de concentración y las imágenes del horror, sino al protagonismo de los poderes económicos -personificados en actores corporativizados del Pinochetismo- que desmantelaron la pulsión de cambios mediante la obtención de beneficios del poder represivo y que hoy, dada sus posiciones de poder, mantienen un comercio cognitivo que ha dejado en vilo el control político-visual de vidas sin “expectativas de izquierda”.

Todo ello ha dado pie a la capitulación de Apruebo-Dignidad ante la facticidad neoliberal (“aylwinización de la política”) intentando camuflar la colosal derrota como un horizonte posible en pleno despeñadero. En suma, asistimos a un acontecimiento gris, cuyo desliz no tiene precedentes en la política institucional chilena.

En las últimas semanas la coalición de gobierno, Apruebo-Dignidad, y esencialmente la demografía frente amplista, ha reforzado la liturgia de reconciliación -expediente transicional- mediante el rito de la capitulación frente al mundo adultocéntrico de la Concertación que devela la “clandestinidad estructural” (originaria)de la política progresista. Cuando todo cuelga de las cornisas, se suma un atribulado Partido Comunista que firmó el llamado “acuerdo de la infamia”, el 12 de diciembre (Constitución de expertos designados para una nueva Constitución) y se ve tentado a un éxodo que lo devolvería a un escenario de exclusión, distinto a los años 90’, o bien, pervivir bajo la hegemonía del mundo socialista y sus filiaciones con la derecha de turno. Todo ello ha dado pie a la capitulación de Apruebo-Dignidad ante la facticidad neoliberal (“aylwinización de la política”) intentando camuflar la colosal derrota como un horizonte posible en pleno despeñadero. En suma, asistimos a un acontecimiento gris, cuyo desliz no tiene precedentes en la política institucional chilena. Al punto que ello nos lleva a interrogar cómo el significante “Concertación” y sus termitas, cual vitalismo ético, vuelve a circular e intersectar las fuerzas profanantes de octubre (2019) -lirismo, fuego y fetiche- que, al menos, mediante sus desbandes  (verdor y violencia) fue capaz de empañar el afamado milagro chileno en América Latina.

Por fin, pudiendo haber otras formas de reconocer algunos aportes de la Concertación (evitando la “leyenda negra”), el discurso del primer mandatario, Gabriel Boric Font, frente a la estatua del ex presidente Patricio Aylwin (1990-1994),nos recuerda “que la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Es la resurrección de los muertos”. Pero ello no solo nos debe hacer recordar los muertos -cuestión siempre esencial- sino también las figuras espectrales que habitan nuestro presente.

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