Como si estuviera cambiando la historia, la pareja del Presidente Gabriel Boric, Irina Karamanos, se ha paseado por todo medio posible hablando de su salida del cargo de Primera Dama.
Con un lenguaje muy propio de ensayos de género, Karamanos explica muy optimista que lo que está llevando a cabo es una transformación importante y significativa para la mujer y su rol en la sociedad chilena.
En un despliegue comunicacional más grande que el tamaño de la supuesta gesta que está realizando, la generación gobernante demuestra, al menos en este caso, haberse parapetado en una esquina identitaria, de género, como si el plebiscito del 4 de septiembre hubiera sido una mala pesadilla.
A pesar de los constantes discursos del Presidente dando a entender una comprensión que, en su caso, parece verdadera, a su alrededor aún hay quienes están demasiado empapados con la lucha cultural, como si cambiar los destinos y las necesidades de los ciudadanos fuera un asunto estrictamente cosmético y simbólico, y no consistiera en cuestiones materiales.
Si bien eliminar la figura de la Primera Dama puede darle muchas satisfacciones personales a un grupo sobreestimulado, la verdad es que un cargo más o un cargo menos en La Moneda es un problema casi administrativo que no modifica ningún paradigma real respecto del funcionamiento del Estado.
Hacer política, a diferencia de lo que piensan algunos en Palacio, no es enamorarse de los fetiches, ni de las mañas ideológicas propias, sino hacer lo posible para que la ciudadanía tenga cierta sintonía con lo que se está haciendo desde el poder.
Con esto no me refiero a aquella política de alcaldía que está obsesionada con atribuirle al ciudadano medio una sabiduría sobrenatural, como si los políticos debieran seguir al pie de la letra lo que éste quiere o dice creer, sino a que la cercanía con las personas es saber quiénes son, cuál es el trayecto vital que han recorrido, y cómo, de acuerdo a esos datos, lograr atraerlos hacia el proyecto político que se encabeza.
La única forma de transformar la realidad del pueblo y de las mujeres que lo habitan, es entender que éste está formado por ciudadanos diversos, por individuos que actúan de acuerdo a las circunstancias en las que han crecido y les ha dado el sistema económico imperante. Negar esa premisa básica para actuar, es negar lo político en su esencia. Y además, olvidarse de uno de los principios básicos que toda persona de izquierda debería abrazar es que la realidad es la que cambia la cultura, y no viceversa.
En la Coordinación Sociocultural de La Moneda eso no se entiende. Y lo que es peor: no se quiere entender que las estructuras no se cambian hablando de ellas, sino sabiendo cómo permean la vida cotidiana de un país. Y si no se comprende esa vida cotidiana, entonces tampoco se sabe qué modificar, ni cómo hacerlo. Lo demás son caprichos autocomplacientes que están sumergiendo a la izquierda en un viaje sin retorno.
Tengo 73 años , profesional . Su comentario me parece malo . Lo peor es que ya me da cansancio fundamentar mis comentarios . Porque hay tanta gente que hace agua por recovecos inútiles.
Saludos