La presencia de hinchadas del fútbol fue notoria en la revuelta popular de octubre, entre ellas la de Colo Colo. “Las barras le dotamos de lo popular a estas protestas”, aseguran. Aquí dan cuenta de su rol en las movilizaciones sociales, en las ollas comunes y sus peleas contra la policía y sectores de ultraderecha, que entienden como parte de “un enfrentamiento inevitable”. Junto a ello, relatan cómo su camino político busca abrirse espacio en las poblaciones y en la galería, que su comunidad entienda cómo les afecta la Constitución que buscan derribar.
Las estaciones del metro de Santiago volvían a arder, las principales avenidas de la capital y de las demás regiones del país estaban colmadas de personas de toda clase. A dos días de cumplirse un año del asesinato de Camilo Catrillanca, la jornada del 12 de noviembre de 2019 no sería cualquier movilización: varias organizaciones, como la Mesa de Unidad Social, convocaron a un paro general tras el reciente fin del toque de queda, con las noticias de torturas y mutilaciones que dejó a su paso la represión policial.
La envergadura de la protesta, que puso en vilo la continuidad democrática del gobierno, fue entendida por miles de personas que se arrojaron a las calles, entre ellas Carla y su colectivo de colocolinos: “Toda nuestra barra tiene una historia de lucha en el estadio contra los pacos y su represión permanente, así que lo antipolicía lo llevamos a flor de piel y se agudizó en la revuelta popular. Fue el instante para decir que aquí cabemos todos: aquí están los marginados y excluidos de la barra; era el momento para nosotros”, comenta.
Dos días después, se anunciaba el plebiscito para aprobar o rechazar una nueva Constitución.
La Garra Blanca Antifascista (GB Antifascista) empezó a funcionar como colectivo en mayo de 2015 a partir de un hito que por poco fue una tragedia: una semana después de la marcha del 21 de mayo en Valparaíso, en la que el colocolino Rodrigo Avilés quedó en coma luego de que el chorro de un carro lanza aguas lo impactara, haciendo que su cabeza se azotara contra la acera de la avenida Pedro Montt. Ese contexto unió a diversos barristas albos, hombres –en su mayoría– y mujeres entre los 18 y los 30 años de edad que contaban con un enfoque y una trayectoria política afines a la izquierda, a la revolución y a Colo Colo. “Una revolución de oprimidas y oprimidos, cuya institucionalidad esté a servicio del pueblo”, añade Carla, quién tiene 22 años y hace tres que se considera barrista.
En la conversación por Zoom también participan Gabriela, quién tiene 25 años y hace dos integra la Garra Blanca, y Elizabeth de 27, que escucha con atención las intervenciones de sus compañeras y habla cuando lo siente necesario, con tono más firme y decidido.
Para el colectivo, el antifascismo es parte de un legado de lucha acorde a los tiempos. Dicen que quieren enarbolar las banderas de sus padres y abuelos, que pelearon contra al fascismo y el terrorismo de Estado en plena Dictadura.
Una de las polémicas que rodean al primer equipo de Colo Colo, aparte de su bajo rendimiento, fue la presencia del jugador Leonardo Valencia, quien carga con una denuncia por violencia de género hacia la madre de sus tres hijos. “Fútbol sin violencia, Colo Colo sin Valencia”, rezaba el lienzo que llevaron a la salida del estadio Monumental.
“Además, el antifascismo tiene que ser feminista o no será, ya que nos oponemos a toda forma de opresión. Quizás el que seamos tres mujeres hablando con ustedes sea una muestra de ello”, explica Gabriela.
La pasión por el cuadro albo, la simbología que porta su nombre y el notorio raigambre popular son parte del sostén ideológico de la agrupación, que entiende al fútbol como un espacio de disputa política. Así al menos lo ve Carla: “Colo Colo es ser mapuche, defender los derechos y dignidad del pueblo, y el 18 de octubre nos dio la razón a lo que veníamos diciendo hace mucho: el fútbol es político, por ende la Garra Blanca también. Si al fútbol lo han usado para intereses políticos, entonces la barra y el Club tienen que ser llevado con un norte claro: actuar a favor del pueblo”.
Enfrentamiento inevitable
El 15 de noviembre de 2019 el anuncio del plebiscito aún era una esperanza y la posibilidad de terminar con la Constitución de la dictadura, fue la madrugada de al Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución. El estallido ya llevaba 29 días.
En Plaza Dignidad, la habitual concentración tuvo una notoria presencia de barristas de diversos clubes con pirotecnia y cánticos entonados, cuyo ánimo estaba lejos de ser de festivo: la insatisfacción era total debido a que en el acuerdo no incluyeron a las organizaciones sociales, ni se hizo mención alguna a los asesinados y mutilados por la represión estatal, entre ellos el colocolino Gustavo Gatica, quien había quedado una semana antes.
“¡Pacos, culiaos, cafiches del Estado!”, gritaban a coro mientras una nueva batalla entre manifestantes y carabineros era inminente.
“Estamos convencidos de que la Garra Blanca es el movimiento social más grande de Chile, ninguna otra organización puede mover esa cantidad de gente. El rol nuestro en la revuelta fue, entre algunas cosas, decirle al colocolino que saliera a la calle con su polera, defender los colores del pueblo y pelear contra los pacos”, dice Elizabeth.
La presencia de hinchadas de clubes de fútbol es un asunto que para Garra Blanca Antifascista es determinante para entender el rol que ocupan junto a las demás barras en la revuelta popular iniciada en octubre.
Así lo explica Gabriela: “Si recordamos las movilizaciones estudiantiles de 2011, era gente que de cierta manera tenía un grado de capital cultural diferente al que se cree que tienen los hinchas. Entonces cuando ves que en la revuelta de octubre hay más banderas de equipos de fútbol que de partidos políticos, nos damos cuenta que en la movilización están los excluidos y marginados, los estigmatizados por los medios de comunicación y los que no figuran en los grandes hitos del país. Las hinchadas hicieron de la revuelta una verdadera movilización popular. Estaba desde el más viejo hasta el más joven, desde el más integrado al sistema al más excluido y eso no se había visto quizás desde los años 70. Ese fue el verdadero hito”.
Si bien tienen la postura de “paquiar” (estropear) todo registro del Rechazo, cuentan que no han sido tantas las ocasiones en que se han enfrentado con los grupos más radicales de la derecha desde la revuelta de octubre. Sin embargo, los conocen. Para el 11 de agosto de 2019, en la llamada “Marcha contra la inmigración”, GB Antifascista participó de su “contramarcha” y confirman que dieron “una paliza al grupo de Sebastián Izquierdo y que, como siempre, corrieron a esconderse en locales comerciales. “Ese día nos quedamos con una bandera de su nefasta organización. Si no fuera por la policía que los protege, hubiera sido muy distinta la historia”, dice Gabriela.
Recuerdan también otro episodio similar, donde una de las integrantes les quitó una bandera a miembros de Acción Repúblicana, en ese entonces el naciente movimiento político de José Antonio Kast. “Era un auto con tres fascistas contra una sola compañera y a pesar del escenario desfavorable en cantidad no pudieron recuperarla”, rememora con orgullo Carla.
Todas coinciden en que existe disparidad de criterios policiales respecto a las movilizaciones a favor del Apruebo o las que critican al gobierno, versus la condescendencia ante las del Rechazo o las de sectores afines como los camioneros, por lo que deben andar con algo más de cautela.
“A nosotros nos pueden sacar los ojos pero en El Golf no van a ir mutilar ya que para el gobierno ellos no son delincuentes como nosotros sino que ‘manifestantes’. No es lo mismo que nos pillen a nosotros con un bastón retractil que a uno del Rechazo”, dice Elizabeth. Aclara que no está pidiendo una ley del Talión. “No nos interesa exigir que repriman a los del Rechazo como nos reprimen, porque nosotros estamos en contra de la represión”, agrega Carla.
Valorar a la Mamá
Si bien el pasado de liderazgos pinochetistas quedó atrás, como fue el el expulsado Francisco Muñoz, alias “Pancho Malo”, los esfuerzos del colectivo para promover sus planteamientos se encuentran con una terca despolitización de otros barristas. Por esta misma razón, en debates sobre la eventual nueva Constitución, los Antifascistas rehuyen a formas “academicistas” y buscan razones palpables para explicar cómo la actual carta magna afecta a su gente. Así lo narra Carla: “¿Cuánto dinero recibe de pensión tu mamá? ¿Cuánto se le va en remedios? ¿Por qué tu hijo no puede estudiar en la universidad? Ese tipo de preguntas ha ayudado a que muchos colocolinos que antes rechazaban pensar en política hayan abierto los ojos y se dieran cuenta que el modelo los afecta directamente, el que no puedan tener una casa y salud digna”.
Elizabeth agrega que al momento de hacer ver esas dificultades a sus pares, remarcan que “no es su culpa sino de la desigualdad del modelo que nos afecta”.
Otro aspecto dentro del territorio barrabrava son las “lógicas” con las que operan ciertos “piños” visibles, como ocurre con las “cacerías”. En ellas salen, por lo general armados, a buscar a piños de hinchadas de otros equipos con el fin de intimidarlos, “paquear” sus murales, agredirlos o para obtener el botín mayor de estas expediciones gangsteriles: un lienzo, idealmente “ficha” (reconocido como importante) que luego será exhibido como rescate para deshonor absoluto de los ultrajados.
Para Gabriela esto representa una evidente contradicción porque “un día está toda la barra junto a las otras hinchadas en la Plaza de la Dignidad y al otro día están quitando lienzos”, sin embargo son los costos que pretenden asumir con el fin de lograr su cometido: volverla un espacio antifascista. “Independiente de que nos choquen cosas en la barra, así es la Garra Blanca y es lo que nos toca. Sería muy fácil quedarse esperando a que las personas de la barra cambien por sí solas”, declara Carla.
Tal vez una de la disputas más emblemáticas tenga que ver con la lingüística. En la jerga barrística se instauró que entre archirrivales se llamaran por apelativos despectivos, aunque estos resulten difíciles de entender. Uno de ellos es que a los hinchas de la Universidad de Chile y a su barra Los de Abajo, los colocolinos les llamen “madres”, lo que resulta a todas luces brutalmente machista, cosa que las Antifascistas de la Garra Blanca pretenden erradicar.
Así lo cuenta Elizabeth: “Cada integrante del piño no le va a ir a pegar a un hincha de la ‘U’ porque son pueblo al igual que nosotros. Además, nosotros les decimos ‘chunchos’ y no ‘madres’, porque eso va en contra de nuestros principios. Valoramos a nuestras mamás y no vamos a ocupar esa palabra, llena de amor, para referirte a tipos que quizás mataron a un amigo nuestro. Hay que dejar de valorar más al padre por sobre la madre y tratamos de ser lo más cuestionadores de las normas que nos oprimen para así generar lógicas alternativas”.
Desde que la pandemia y su consecuente crisis económica empezó a propagarse, también han visto otras situaciones difíciles que los obligaron a organizarse, como niños sin zapatos en el barro por la lluvia en las poblaciones, mientras los barristas intentaban hacer hoyos para que escurriera el agua, sin resultados.
Por esta razón levantaron las llamadas “cajas de resistencia”, víveres y mercadería destinada a miembros del colectivo que hayan quedado sin trabajo o para personas que lo necesitaran, con prevalencia a hinchas de Colo Colo.
En el caso de las ollas comunes, la organización se pliega a las que se levantaron en diversos sectores de la capital, varios de ellos liderados por piños de la Garra Blanca. En Puente Alto, por ejemplo, fueron a campamentos tales como El Peñoncito y Nueva Cordillera, donde se hacen cargo por un día de la olla común con el fin de darles descanso a quienes trabajaron durante toda la semana en ella. También realizaron “onces solidarias”, en la que brindaron una merienda a personas en situación de calle que viven afuera del Hospital Sótero del Río.
El trabajo y lo inconmensurable de las necesidades, dejaban a sus integrantes con una sensación ambivalente: “Podíamos llegar a dormir tranquilas pero era súper angustiante saber que al otro día no podíamos darles comida”, cuenta Carla, mientras que para Gabriela era una reafirmación de sus convicciones: “Si faltaban dudas por los motivos por los cuales luchar, ahí se disipaban. Estamos en el lado correcto de la lucha”.
*Carla, Gabriela y Elizabeth son nombres de fantasía con el fin de resguardar sus identidades de las entrevistadas