Cristián, reconozco que yo era de los que miraba tu programa de televisión en el cable donde entrevistaste a grandes personajes. Hiciste entrevistas notables que no tenían cabida en la televisión “normal”, como las que realizaste al poeta y ensayista, Armando Uribe. Tal vez una de esas conversaciones más notables con él fue cuando, con su rabiosa lucidez a toda prueba, cuestionó que el Papa de entonces haya hecho desaparecer el infierno de la religión católica. ¿Lo recuerdas?
Con su desenfado amable y desafiante, según entiendo, más que alegar por la desaparición concreta del infierno (cuestión que también hizo, señalando que él creía profundamente en todo lo que señalaba el Credo, dando como ejemplo la resurrección real de la carne) trataba de expresar su enojo en contra de la desaparición del arriba y el abajo, del antagonismo. Era algo recurrente en él. Es cosa de leer su “Carta a Patricio Aylwin” , donde cuestiona la lógica de la Transición en que parecía que nadie podía oponerse a nada.
Recuerdo también otra entrevista a Roberto Bolaño, quien en su afán de discutir todo (muchas veces sin mayor argumento que querer discutir) cuestionaba tus premisas, tus certezas, tus preguntas floreadas por un indiscutible amor por la literatura, pero no así por lo rebatible.
Tal vez uno de los puntos más altos es cuando el escritor “chileno” (quien no es santo de mi devoción, porque creo que inventó una falsa relación con este país) discute la idea tras el gran poema de Enrique Lihn “Porque escribí”, en que el poeta nacional identificaba en la escritura su tabla de salvación. A lo mejor querías que el autor te diera un lindo discurso sobre la literatura y su relación con la existencia, sin embargo, te dijo que no pensaba igual, que si no fuera por la escritura, a diferencia de Lihn, tal vez estaría mucho mejor de lo que estaba en ese entonces.
En fin, hay muchos episodios más en los que tu programa iluminaba la conversación en un Chile consumido por la rapidez noventera y en que tú presenciaste cómo intelectuales, muchos de la incombustible generación del 50-incluido su “creador”, Enrique Lafourcade- destruían premisas, afirmaciones, y si no las destruían, al menos las ponían en entredicho amablemente.
A todos ellos los mirabas con ojos grandes, no sólo de admiración, sino también de ingenuidad, como si estuvieras redescubriendo la vida a través de sus palabras, casi como si fueran sabios y no seres pensantes. Como si más que una conversación, una charla, fuera una procesión, y ahí tal vez radica tu problema, le rindes demasiada pleitesía a todo.
¿No aprendiste nada de ellos más que haber seguido su palabra como algo “sagrado”? Es lógico, no tenías por qué pensar de la misma forma. Esa es la gracia de conversar. ¿Pero al menos no se te pegó algo de la sana disconformidad? Parece que no, porque por más que hayas inventado el movimiento Amarillos con tal de mostrar tu legítima molestia con los desvaríos de una izquierda identitaria (yo también tengo mis críticas al respecto), lo que hiciste fue abrazar la comodidad falaz de la Transición, esa que hablaba de una socialdemocracia inexistente, como si alguna vez hubiéramos sido la España de Felipe González.
¿Se puede combatir a la izquierda neoliberal o reaganista con los padres de ese neoliberalismo? ¿Se puede volver a los “valores” de un Chile pasado, como pareciera que siempre quieres hacerlo en tus intervenciones públicas, trabajando para quienes destrozaron todo pequeño rastro de lo público y, por ende, del ethos bajo el que se educó la generación que literaria e intelectual que tanto admiraste?
Me parece curioso, pero tú lo has tratado de hacer; dejaste de entrevistar a voces críticas, ya sea de derecha o de izquierda, para conversar con gerentes o economistas que ya tienen demasiadas entrevistas a su haber. Les diste carácter de intelectuales a personajes aburridos que repiten cifras y concepciones de “libertad” casi tan majaderamente como la “nueva izquierda” repite normativas lingüísticas. Y, de paso, te convertiste en su intelectual de cabecera.
¿Está mal cambiar de ideas? Para nada. Es un deber. Quien piensa constantemente, o intenta hacerlo, debe estar sometido a la perpetua y sabia amenaza de aquello que merma las certezas que alguna vez tuvo. Yo sufro esa hermosa amenaza todos los días. Pero trato de explicarme por qué lo hago. A veces lo consigo; otras, la mayoría, no.
Pero tú, en el fondo, no has cambiado tu idea de la vida; creo que tus ojos grandes e ingenuos ante los escritores de antaño sólo los has cambiado de dirección. Es como si siempre estuvieras luchando en contra de ti mismo más que en contra de lo que dices combatir; como si quisieras todo el tiempo contarnos que ahora ya no eres el izquierdista que nos dices cada cierto tiempo que fuiste, que maduraste, que creciste y que, al fin, te pusiste los pantalones largos.
Debo decirte que eso no se traduce en nada de lo que escribes ni en tus malos sarcasmos. Tu pluma está plagada de ingenuidad, de una romántica idea de todo, por lo que también tus críticas son dulzonas, acarameladas y hostigadoras. La última, sin ir más lejos, y que es la razón por la que escribo esto, es la peor de todas.
Tratando de hacer algo así como un texto literario, le escribiste una carta al llamado “Perro Matapacos”. En ella, aprovechaste de ridiculizar a la generación gobernante y exponer sus mañas ideológicas (relacionando antojadizamente, de paso, al estallido con el narcotráfico) y pusiste al perro aquel como un faro de la consecuencia política. Lamentaste que ese animal haya sido traicionado por quienes hoy, según tú, lo desconocen, partiendo por el Presidente de la República.
¿En qué quedamos entonces? ¿Te gustan sus ideas o estás triste porque las han ido reformando con el peso de la política contingente? ¿Quieres que sigan siendo esos niños “revolucionarios” o no? Ya sé, parece que te asusta que ya no repitan las consignas que tú criticabas, que estén en La Moneda y que, de pronto, vayan tomando otro semblante, vayan envejeciendo, porque si eso sucede, ellos habrán cambiado y tú seguirás siendo ese hombre mayor que aún no madura. Y deberás, una vez más, buscar otro lugar en el que poder refugiarte.
Esperemos que, si hay una próxima ocasión, lo hagas con menos espectacularidad mediática, o que al menos que esa espectacularidad sea fundamentada con un proyecto consistente.
No soy de escribir cartas abiertas, porque me parecen narcisistas. Pero decidí responderte en tu mismo lenguaje. Saludos.