jueves, septiembre 12, 2024

Pía Barros: “No pertenezco a esta generación de winners”

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Uno de sus relatos breves más traducidos y recordados resume en tres líneas lo sucedido a partir del 11 de septiembre de 1973. Golpe, se llama su hit.

-Mamá- dijo el niño- ¿qué es un golpe?

-Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.

El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo. 

Desenfadada, insumisa, sorora, divertida, acogedora, maestra, compañera, microcuentista, antipatriarcal. Puede dar un taller mientras dobla y corta papelitos, sale a fumar un cigarro al balcón, habla de la vida, sugiere algo en la escritura de otra, relaciona un texto poco conocido de la literatura feminista latinoamericana con otro, y los mezcla con alguna anécdota personal. Así se ha ido configurando su quehacer literario, entre lo colectivo, el feminismo y el fragor político. Formando nuevas voces a través de sus talleres, por donde pasaron desde Pedro Lemebel hasta Nona Fernández. 

El primer relato que publicó fue en plena dictadura, en una especie de panfleto que se repartiría en una concentración. Eran textos breves y urgentes, escritos al calor de la efervescencia que se vivía en el país, que hablaban de la desaparición, la tortura y al mismo tiempo del deseo. Más que el cuarto propio –tal como señala Andrea Jeftanovic en la reciente publicación Una antología insumisa (Editorial USACH 2022), en la que trabajó junto a Macarena Lobos– la escritora ha sabido conformar un cuarto compartido. Este 8 de marzo, justamente se cumplen 4 años de una de las organizaciones que ayudó a formar y de la que es parte activa, AUCH!, colectiva de autoras chilenas.

De su oficio de escritora, su militancia feminista, de la precariedad de las mujeres escritoras, y hasta del Premio Nacional de Literatura 2022, en el que apareció como nominada aunque se negó a ser candidata, conversamos con ella en varios encuentros.

Libro objeto

La idea del libro objeto también es un modo de estar con otros en las mismas circunstancias, aprendes a venderlo –que es vergonzoso–, aprendes a pasar por todas esas etapas. Yo pongo una parte del libro objeto pero el noventa por ciento lo ponen los alumnos y tienen que recuperar esa plata, que es una cagá, porque como son muchos es poco, pero ese poco tienen que tener la dignidad de recuperarlo y por lo tanto ser capaces de vender su producto y su trabajo. Porque pueden regalar el de ellos pero no puedes regalar el trabajo ajeno, con qué derecho.

Para el caso de las mujeres la idea de comunidad, de que tú puedes salir en un libro en el que salen varias, es un modo también de quitarle ese prestigio tremendo al libro de la biblioteca. O sea, hay otras formas también de entrar. La precariedad no desaparece con la palabra democracia ni ha desaparecido y ha continuado treinta y tantos años igual que los treinta pesos. Esa precariedad continúa y encubre las autoediciones. Para las mujeres es doblemente difícil, no es llegar y sacar un capital de tu casa para un libro, siendo algo por lo que has trabajado toda tu vida, a veces es el libro que escribiste durante veinte años. 

Si yo tuviera esposa haría libros gordos, ¿ah?, porque tendría el tiempo y la concentración, porque quién se hace cargo de pagar las cuentas, de pensar que mañana hay que comprar esto y hacer esto otro, diseñar el almuerzo… El tiempo de cabeza, el tiempo copado de las mujeres es un tiempo muy complejo. Por eso también en esta idea del capitalismo que todo es winner lo único que crea es una sociedad de gente frustrada, porque no estás ganando, siempre estás perdiendo el tiempo, hombres y mujeres, pero doblemente para las mujeres. O sea, ¿cómo voy a sacar este tiempo para mí, para hacer lo que yo quiero?

Escribir en el wáter

Yo y la lavadora. Gracias Fundación Andes por el favor concedido que ya tengo mi escritorio y el de Jorge (Montealegre, su marido hace ya varias décadas) que lo construyó aparte. En el baño estaba la lavadora que ahora está en el baño de afuera y yo apoyada en ella, sentada en el wáter, escribiendo, porque era en el único lugar de la casa donde tú no escuchabas “mamá”. Tenía libretita y papel, por si se me ocurría algo metida en el baño

Iba escribiendo apoyada en la lavadora, me lo lloré todo apoyada en la lavadora y escribí las cosas más tremendas apoyada de la lavadora. Fíjate que en algún modo el cuarto después me quitó harto de la inspiración, porque en la lavadora yo escribía mucho, de repente toda la noche sentada ahí escribiendo porque es un lugar donde no molestas y donde nadie te molesta. Aparte de que nosotras siempre estamos escribiendo, no es que estemos haciéndolo físicamente, pero en tu cabeza estás siempre contándote cuentos, mirando, usando ese otro modo de mirar que tiene que ver con la escritura, estar en permanente alerta hacia pequeños gestos o detalles que son escritura. Aunque no lo estés haciendo físicamente estai escribiendo en la cabeza.

Toda escritura de mujeres siempre tiene esta idea de la culpa, del tiempo que le estás quitando a algo. No sé por qué el oficio de escritor cuando se es hombre es un oficio serio, respetado y tiene otro valor. En el caso de las mujeres, es tiempo que le robaste a otros. A mí me encanta la Clarice Lispector que tiene también esta cosa de la culpa y del horror de las mujeres y la escritura, de la ansiedad, de la dureza doméstica de las pequeñas cosas. En el fondo es la traición de todas las pequeñas cosas que tiene el día para lograr de repente escribir una línea.

Premio Nacional: un numerito en la rifa

A todos nos gustaría tener una jubilación como esa, pero si eso requiere competir con otras personas me va dar mucha vergüenza y no lo podría hacer. Yo honestamente lo que creo es que había puros señores y tiraron un nombre ahí para que uno apareciera, para hacer números nomás. De hecho, yo me negué a la postulación, no creo en eso y no me gusta, en cambio hay otra gente a la que sí le importa. No, yo escribo libros, hago cosas como todo el resto y ni siquiera tengo un sistema. Competir es siempre un espacio de violencia, la gente que postula es toda gente que ha dedicado su vida a la literatura, a la enseñanza, a la divulgación de ella, ¿por qué cresta entonces se hacen mierda unos a otros? Por llegar, por agarrar un numerito en la rifa.

Es una cosa que enseño hace cuarenta años. Una vez que pasai un año conmigo tú tienes que hacerte la pregunta: yo escribo para o escribo porque. Las dos respuestas son legítimas pero las dos cosas no son juntas, como mi hija que pedía “pollo con papas fritas, pero sin pollo”. No, o sea elegir siempre es renunciar y por lo tanto en la elección de la libertad renuncias a muchas otras cosas. Entonces el rollo es que cuando tú eliges escribir para ganarte la vida, para obtener algo a cambio, para tener una carrera literaria, para ser dignificada en ese espacio, para tener la gratificación que te corresponde –tanto económica como afectiva– del entorno etcétera, es super legítimo y está super bien hecho, pero a veces escribes porque tienes algo que decir, punto y eso no es una carrera, ni es una demanda, ni estás publicando un libro cada año o cada dos, no tienes un ciclo de escritura. Insisto en el porque. Yo soy una tipa que escribe y me siento super orgullosa de pertenecer a una comunidad que escribe y en esa comunidad que escribe la gran mayoría no están en la carrera literaria, están en el gesto no inocente de decir algo contando una historia. 

©Álvaro Hoppe

Con todas y a tiempo

En la ficción mi personaje favorito es el conde de Montecristo. Ese tipo que espera años, que tienen una misión y que tiene la fuerza, la energía, la rabia y la violencia guardada. Para mí es mi delirio, o sea de algún modo el temperamento que yo tengo o que tuve –porque ahora soy una señora decente de la tercera edad, tú sabes– para mí es el conde de Montecristo. Quiero la certeza de haber construido una cosa que para mí es importante, no quiero una carrera, no peleo con otras por subir, no me gustan los rankings. Me carga eso de “es que tú eres de las más importantes”. No soy de las más importantes. “Es que estás entre las diez más nombradas”, ¿y eso qué significa? Hay algo de patético en esa cosa que nos imponen también a nosotras del mundo capitalista, del winner, de estar entre ganadores. Ganar es elegir una opción y dejar a gente en el camino. Fíjate que el lema que nosotros usamos de mujeres desde hace mucho tiempo parodia un poema de León Felipe y dice “con todas y a tiempo”. 

Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo/ porque no es lo que importa llegar solo ni pronto/ sino con todos y a tiempo”, dice el poema de León Felipe (que recita de memoria), y nosotras decimos “ni solas ni pronto, sino con todas y a tiempo”. O sea esta idea de ser vanguardia, esta cosa que tienes que ser la mejor, que tienes que ser la primera, por favor, hay muchas que lo hicieron mejor y antes que yo. Ganar significa que dejaste a alguien atrás y yo soy feminista de verdad, por convicción, o sea si hay algo que me avergonzaría es haber dejado a otras mujeres atrás mientras en el proceso yo he estado construyéndome. ¿Por qué me gustan los talleres? Porque comparto lo que para mí significó el mejor espacio de libertad que tuve, que fue el papel. Enseño porque me gusta el taller, me voy a estar muriendo y va a seguir siendo mi forma de vida, no solo porque tengo que ganarme la vida pues tengo una jubilación de ciento cincuenta lucas, sino honestamente porque me gusta lo que se produce, la comunidad que genera un taller, el sentir que vai con todas. Yo no quiero ir adelante, no quiero llevar las banderas en las manos, no quiero salir en la fotografía quiero estar con todas, sentir que pertenezco.

La comunidad tuvo un nuevo valor después de la pandemia y se nos olvidó apenas abrieron los malls. Era rico saber que en tu barrio había una persona que hacía pan, era maravilloso saber que podías llevarle a la señora de ahí que nunca habiai visto un guiso de verduras. El sentido de comunidad de saber que eres con otros, es una cuestión maravillosa. Yo soy vieja, no pertenezco a esta generación de winners. Me gusta saber que pertenezco, me gusta tirar la cuchufleta y empujar ciertas cosas, pero me avergüenza cuando te ponen de ganador.  

Antología insumisa

A mí me causó mucha gratificación la antología. La Maca (Lobos) hizo un doctorado. Yo encontraba tan increíble que alguien hiciese un doctorado sobre mí, sabe más de mí que yo, eso lo encuentro alucinante. Le tengo que preguntar a ella, “Maca, ¿hice tal cosa en tal fecha?”, y me dice “no, fue en” tal fecha, “ah bueno gracias”. Yo no tengo idea, no armo mi currículum, creo que la última vez que revisé mi curriculum fue hace como veinte años atrás como para mandar alguna cuestión, pero no…

Es como un homenaje, igual me dan susto los homenajes. Siempre uno cree que cuando está a punto de parar la chala es cuando pasan estas huevadas. ¿Estaré con olor a gladiolo?, digo yo. Yo no participé en la selección de textos. Admiro profundamente el trabajo que se dieron. Es un trabajo de mujeres para otra mujer, yo encuentro que es super bonito y muy emocionante.

Elisa Montesinos Eissmann
Elisa Montesinos Eissmann
Editora, escritora y gestora cultural.

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