jueves, octubre 3, 2024

Volvió Pinochet (¿se fue alguna vez?)

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Volvió Pinochet. O a lo mejor nunca se fue, sólo estaba ahí, en la esquina esperando el más mínimo paso en falso. Lo imagino con su risa ladina, diciendo sus frases mal pronunciadas y riendo ante los vaivenes de la historia. Y es que vaya que los tiene.

Estos vaivenes por lo general se logran contener con relatos claros y un trabajo cultural que ataque aquello que se pretende detener. Para ello los consensos sobre diversos temas esenciales en una democracia son importantísimo mantenerlos, trabajar para fortalecerlos lo más posible, nutrirlos, darles sustento. Si no se hace, lo cierto es que se debilitan y desaparecen, provocando así una explosión de opiniones dispersas sobre el tema que se creyó zanjado y terminado, haciendo que la política deba nuevamente volver articularlos.

¿Pero hubo en Chile tal consenso sobre la figura de Pinochet? ¿Fue real alguna vez que gran parte de la población lo condenaba como el gran tirano? ¿Es así o fue algo que quienes nos oponemos a su figura quisimos creer? Tal vez lo que pasó fue que se fue olvidando en algunos momentos y en otros aparecía de diversas formas, como un peso, como un sello institucional demasiado pesado para detenerse sobre él; como una figura omnipresente y espectral, como un eslogan que, como tal, iba perdiendo sustancia.

En estos tiempos, ante la incertidumbre de la historia en tiempo real, el dictador fue tomando presencia encarnado en otra cosa diferente e igual  a la vez. La dictadura se ha ido transformando para algunos en algo parecido al ejemplo más preciso de la seguridad, de lo concreto, de lo certero, cuando, si es que recapitulamos un poco, debe haber habido pocas épocas menos seguras en la historia reciente de Chile.

Pero no se puede en contra de esa percepción sólo con un discurso. No se puede en contra de la nostalgia inventada por la impaciencia de un sujeto que busca en su pasado individual o familiar una época que quiere creer que fue mejor para así agarrarse de algo. Para así tener cierta certidumbre.

Cuando se derrumban las contenciones con las que se intentaba amarrar cierta pulsión nostálgica de los grisáceos años dictatoriales, entonces estos vuelven a escena. Reaparecen. Y tal vez es precisamente porque nunca se fueron de nuestro inconsciente colectivo, sólo estaban ahí, ocultos, sin poder ser simbolizados o interpretados por alguien. O a lo mejor representado de manera demasiado caricaturesca.

¿Cómo se podrá hoy evitar que esa pulsión reaparezca una y otra vez? ¿Se logrará algún día impedir que la idea del horror se convierta para unos, cada cierto tiempo, en tranquilidad, en seguridad, en “mano dura”? ¿Se logrará construir un relato lo suficientemente macizo en la virtuosa elasticidad democrática ante la rigidez que algunos añoran y otros creen añorar?

Hay que recordar que vivimos en la tierra del mito de Portales. En la del Peso de la Noche. En la del temor a la barbarie desde la barbarie. No hay que olvidar que la caída del orden portaliano, con la que ciertos académicos sueñan casi eróticamente, nunca podrá concretarse si es que no hay un proyecto sólido que lo reemplace. Porque la historia de Chile consiste en eso, en la incansable búsqueda de lo mismo que se combate.

La tarea de la democracia hoy es intentar dar más certidumbres que la figura de un dictador. Pero nunca se podrá hacer cuando no se quiera sacarlo del todo.

Francisco Méndez
Francisco Méndez
Analista Político.

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