Ultraderecha y colonialismo: El Estado sionista de Israel y las protestas liberales

Protestas contra Netanyahu, pero que silencian la cuestión palestina, protestas contra la ultraderecha, pero no contra el proyecto de colonización; en suma, protestas liberales en las que los ciudadanos israelíes exigen que se les trate como tal y no como “palestinos”. Por eso, no es posible pensar al colonialismo israelí sin el ascenso de la ultraderecha: si esta última es justamente la vanguardia del colonialismo sionista es justamente porque ella realiza directa y eficazmente el trabajo sucio que los liberales podían efectivamente hacer, pero bajo la retórica democrática que Netanyahu ha abandonado socarronamente.

Las protestas que han tenido lugar en Israel pueden hacernos traer a engaño. A diferencia de las revueltas destituyentes, esta “revuelta” (o conjunto de protestas) tiene un carácter propiamente “liberal” o, al menos, esta hegemonizada por ello: frente a la reforma propuesta por la ultraderecha liderada por el primer ministro Benjamin Netanyahu de incrementar el poder ejecutivo por sobre el judicial y así disminuir el poder de la Corte Suprema, las protestas han sido masivas, compuestas de diversos grupos, organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos de oposición que advierten que dicha reforma vendría a socavar la “democracia” israelí. Tan de capas medias y propias de los ciudadanos israelíes, el conjunto de protestas ha estado apoyada incluso por políticos o embajadores como, por ejemplo, el embajador israelí en Chile Gil Artzyeli quien se sumó a la huelga general contra la reforma[1].

A esta luz, muchas de las organizaciones que convocan y lideran las protestas se ciñen al clásico discurso laborista israelí, según el cual, el proyecto fundacional del Estado sionista habría sido perfecto hasta que la guerra de 1967 habría cambiado las coordenadas y la colonización tuvo lugar y el consecuente proyecto sionista, habría terminado degradado.

Bajo esta luz, suponen que la ultraderecha israelí sería una anomalía a su democracia y, precisamente por esto, no logran advertir el secreto nexo que existe entre el alza de la ultraderecha en las últimas décadas y la intensificación del proceso de colonización sobre Palestina. Y no sólo eso: tampoco logran atisbar que la ultraderecha israelí nace con el propio movimiento sionista bajo el nombre de Jabotinsky y, menos aún, logran visibilizar la “limpieza étnica” de Palestina perpetrada entre los años 1946 y 1954 (según Ilán Pappé) al mando de las fuerzas paramilitares sionistas (Haganá, Stern, Irgun) que causó la expulsión de más de 750 mil palestinos de sus hogares (la nakba) que hasta el día de hoy se han visto privados de su “derecho al retorno”.

La fantasía liberal del sionismo no puede ver, por tanto, cómo el proyecto de colonización de Palestina ha definido al Estado sionista hasta la médula y condicionado de este modo, el alzamiento de la ultraderecha desde hace décadas, sobre todo, bajo el nombre de Netanyahu. Fenómeno clave que, en otro escenario ha sido constatado por historiadores como Benjamin Storá, respecto del impacto de la colonización francesa sobre Argelia y el modo en que la propia sociedad francesa experimentaba los efectos de su empresa colonial. Incluso más, si bien, la reforma propuesta por Netanyahu expresa una lucha intra-oligárquica entre facciones políticas israelíes en las que se juega el control del poder por sobre los partidos y coaliciones políticas conservadoras y liberales, la cuestión decisiva que gatilla las protestas ha sido la aplicación de un tipo de reforma que, tradicionalmente, Israel ha aplicado sin ningún miramiento a los palestinos durante 75 años y que ahora, la ultraderecha intenta aplicar sobre la propia población israelí.

Viejo truco del fascismo europeo que el Estado sionista (en cuanto proyecto europeo) replica: lo que, en los proyectos coloniales funcionaba como laboratorio fuera de los centros metropolitanos contra la población colonizada, comenzará a ser aplicado por los proyectos de ultraderecha como parte de los mecanismos de control contra los propios ciudadanos (colonos).

Las ultraderechas –no solo las de ahora, sino también las de los años 30- yuxtaponen la escena colonial en la escena metropolitana y aplican a los ciudadanos los mismos mecanismos que ejercían en sus colonias. A esta luz, el secreto nexo entre el ascenso de la ultraderecha israelí y la intensificación del colonialismo sionista justamente muestra que la tan (auto) glorificada “democracia” israelí era un orden liberal que sólo era posible de sostener en razón de la más brutal de las formas de colonialismo contra el pueblo palestino. Por eso, la “democracia” israelí ha sido siempre una etnocracia y lo que hoy estamos contemplando con la reforma que intenta impulsar Netanyahu no es una “anomalía” de su democracia sino su más prístina y cruda verdad.

Si la democracia israelí, en realidad, es una etnocracia es precisamente porque toda la textura del Estado sionista está explícitamente organizada a la luz de un código racial que se perfila bajo el el carácter “judío” con el que Israel define a su Estado. El término “judío” deviene aquí un término etno-racial, pero que está hegemonizado por los “judíos europeos” antes que los judíos árabes o judíos de origen africano.

¿Ha habido algún primer ministro israelí de origen árabe o africano hasta ahora? La jerarquía racial se despliega históricamente con toda su fuerza y hoy simplemente sale a la luz con este proyecto de reforma solamente porque hoy esa feroz colonización comienza a ser percibida por la propia población israelí y no solamente por los palestinos.

Protestas contra Netanyahu, pero que silencian la cuestión palestina, protestas contra la ultraderecha, pero no contra el proyecto de colonización; en suma, protestas liberales en las que los ciudadanos israelíes exigen que se les trate como tal y no como “palestinos”. Por eso, no es posible pensar al colonialismo israelí sin el ascenso de la ultraderecha: si esta última es justamente la vanguardia del colonialismo sionista es justamente porque ella realiza directa y eficazmente el trabajo sucio que los liberales podían efectivamente hacer, pero bajo la retórica democrática que Netanyahu ha abandonado socarronamente.

Netanyahu no bajó el proyecto de su reforma. Simplemente la aplazó. Si bien, los que seguirán siendo devastados por estas reformas, serán siempre los palestinos –es decir, quienes protestan todos los días y a toda hora desde 1948- quizás, la forma última a la que arribará el proyecto sionista, sea el aniquilamiento de todo lo que huela a palestino, incluido en ello, la posibilidad de que ese olor impregne a los propios israelíes. 


[1] https://twitter.com/Gil_Artzyeli/status/1640339462486999042

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