Las siguientes “tesis” que propongo no constituyen, de ninguna forma, un intento por instalar una narrativa sobre Octubre, ni una teoría de la revuelta o menos aún un texto sistemático que pretenda claridad acerca de todos los puntos del problema. Más bien, son un conjunto de fragmentos pensados para ser discutidos política y colectivamente, con amigues, colectivos, organizaciones que nos permitan imaginar estrategias para ir más allá del marasmo ético y político en el que nos encontramos.
No pretenden abarcar todo lo ocurrido sino proponer pequeñas apostillas frente al presente. Esa es la mínima tarea filosófica, es una mínima tarea política, cuando de lo que se trata es de pensar en medio de un pueblo ausente.
1.- La deslegitimación de la Iglesia católica producto de las denuncias de abuso sexual contra niñes, constituyó una impugnación al dispositivo pastoral cristiano que abrió las condiciones para la revuelta popular de Octubre de 2019. Si la Iglesia católica chilena siempre se caracterizó por urdir de mediadora en los conflictos entre mundo social y mundo político, entre la economía y la política, fue precisamente porque, al situarse por sobre la figura del Estado, funciona, a su vez, como modelo del Estado portaliano chileno, con todas sus variaciones al interior de la historia republicana (“gobierno fuerte, centralizador” –Portales dixit)[1]. En este sentido, la deslegitimación de la Iglesia católica producto de la situación de los masivos y sistemáticos abusos sexuales cometidos contra niños, condiciona la deslegitimación del dispositivo “pastoral” que configura al Estado portaliano chileno y su nueva forma neoliberalizada instituida desde los años 80. Así, la relación entre la sociedad y la política, entre régimen económico y político, queda sin la mediación que permitía tramitar sus conflictos. Al caer el dispositivo pastoral cae, por tanto, la posibilidad de una política del dirigente, de una política centrada en liderazgos, de la política tradicional que articularon y articulan todos los partidos políticos. La revuelta de Octubre de 2019 es la revuelta de los desesperados, de aquellos que han visto caer la eficacia del dispositivo propiamente pastoral que ordenó la política chilena, de aquellos que han experimentado la crisis del pastorado en el instante en que éste se traduce en un sádico dispositivo de dominación que orientaba su acción a la captura de cuerpos para su domesticación y abuso sexual.
2.- La revuelta popular de Octubre fue una querella contra el “jefe”.En la medida que la Iglesia católica planteó las condiciones de crisis del pastorado en la que éste último dejaba expuesto su reverso tanático y propiamente “abusador”, la revuelta de Octubre se instaló como una destitución del pastorado ampliado. Decimos “ampliado” porque se trató de una querella contra el pastorado o contra el “jefe” en sus tres dimensiones histórico-políticas: el “jefe” como patriarcado que abusa en la esfera de la división sexual; el “jefe” como patrón abusador de los trabajadores en el campo de la economía; el “jefe” como colonizador de los pueblos originarios en su forma propiamente racista. Tres jefes que son uno solo, aquél que, por un lado, exhibe el rostro de Diego Portales y, por el otro, el de la Iglesia Católica en su triple historia patriarcal, capitalista y colonial.
3.- El pánico es la pasión del Chile contemporáneo. El dios Pan, que remite a la antigua divinidad heredada desde la vieja Arcadia, nace como un niño deforme al que su madre no le sonríe y cuya aparición había sembrado el espanto con el que asociamos hoy el término “pánico”. El filósofo Ernst Bloch decía que Pan: “(…) es el único dios que incluso hoy todos los hombres experimentan.” Justamente porque el capitalismo funciona desde el pánico, generando huída desesperada entre los seres humanos, frente a las condiciones imposibles que plantea. En este escenario ¿cómo huir en un mundo sin afuera? ¿cómo escapar de un mundo cuyo afuera es nada más que capas de capital? En la actualidad, el pánico no reside solo en multitudes arrastradas por sus violencias sino también, en la producción de individualismo en la medida que, éste último, funcionaría como un mecanismo de inmunización frente a la posibilidad de contagio del mal que portan otros.
En este sentido, el pánico no constituye una pasión espontánea sino producida políticamente, instalado en el momento en que la revuelta popular de Octubre irrumpió en escena y descabezó al gobierno, obligando a éste a recurrir al parlamento para urdir el Acuerdo del 15 de Noviembre. Pero justamente, en el momento del descabezamiento del “pastorado” se abrían dos vías posibles para el devenir de la revuelta: la primera, correspondía a una intensificación de la deriva erótica de corte democrático en la que podía profundizar la activación de sus propias instituciones (el cabildo, la asamblea, la olla común) y atender a la pregunta por su “después”[2]; la segunda a un repliegue frente al pánico experimentado por el descabezamiento, cuestión capitalizada por los dispositivos jurídico-políticos (Acuerdo 15 Noviembre) y biomédicos (pandemia) gracias a la eficaz acción de la policía que se ubicó como bisagra entre los dos dispositivos mencionados. Así, en la medida que tuvo un carácter destituyente, la potencia erótica que permitía unificar lazos e impulsar su potencia sublevante se revirtió en pánico[3].
Es importante notar la diferencia entre miedo y pánico. El primero se experimenta frente a un objeto exterior, el segundo justamente frente a la total ausencia de objeto. La destitución fue efectiva, por eso sobrevino el pánico, he aquí la tesis: la multitud abrazada contempló el “trono vacío” que ella misma produjo, que su propia revuelta suscitó. Ausencia de objeto y, por tanto, irrupción del horror vacui como efecto de la misma potencia destituyente que dejó al soberano completamente siniestrado. La revuelta trajo la irrupción del dios Pan en el seno de la sociedad chilena. El niño deforme a quien la madre no sonreía y que desataba horror por su carácter caprino, trae una política disruptiva frente a la institucionalidad instaurada por la tradición portaliana. La destitución del soberano, su devenir siniestrado, hace visible a un Presidente deforme, apanicado. Deformidad del soberano, pero también de los pueblos que han probado el elixir de sus potencias y han abandonado la inercia del “peso de la noche”.
La multitud contempla la llegada del dios Pan y el país deviene un niño deforme, mitad humano, mitad animal. Al irrumpir Pan los pueblos se alegran, danzan de felicidad frente al descabezamiento, pero muy pronto, esa alegría deviene horror al vacío. Como bien decía Bloch, el dios Pan, vieja potencia arcádica, sobreviene hoy bajo el vacío, la suspensión del tiempo histórico que tuvo lugar y el pacto oligárquico de 1980 quedó completamente dislocado. Pero si tuvo lugar el pánico es porque hubo interrupción de la máquina portaliana articulada desde el pacto oligárquico de 1980 que, a través del semblante “Piñera”, aparecía siniestrada y deformada. Pánico que, por cierto, no es más que una política erótica que irrumpió bajo el signo destituyente.
La pregunta estratégica que cabe formular: ¿por qué invadió el pánico frente a las propias potencias eróticas desatadas? ¿Por qué el descabezamiento del pacto oligárquico de 1980 redundó en una alegría devenida pánico? El problema del fantasma portaliano puede proveer una clave.
Fantasma que habría que analizar en virtud de dos líneas cruzadas: una primera, de corte vertical introduce la “clase” como una fuerza histórico-social que divide al campo social; una segunda, de corte horizontal que articula la yuxtaposición de los dos dispositivos fundamentales que se encargaron de irrigar la imagen del fantasma e impedir el encuentro de los cuerpos: el dispositivo jurídico-político desatado en la revuelta y el biomédico desplegado en pandemia, que terminó por complementar al primero.
El fantasma portaliano se anuda así, en virtud de la dominación de clase que resulta transversal a los dos dispositivos yuxtapuestos y que, en su versión de 1980, permanece siniestrado gracias a la destitución proveída por la revuelta. La ruina del pacto de 1980 se produce como efecto del conflicto con la revuelta. El pacto y la revuelta terminan heridos y arrojados al horror vacui de una máquina sin cabeza destituida por una revuelta igualmente sin cabeza.
Como si el pánico experimentado hubiera impedido el paso entre lo social y lo político, entre las calles y las instituciones. El haber quedado a “medio camino” significa que la lucha de clases sigue indecidible puesto que tuvo lugar lo que Freud llamó “formación de compromiso”, esto es, una transacción en que las dos fuerzas (social y política /pueblo-élite) terminaron debilitadas como una verdadera guerra pírrica.
Hagamos la comparación con el golpe de Estado de 1973: ahí las fuerzas oligárquicas ejecutan el golpe al precio de refundar totalmente al Estado chileno y, a través de Jaime Guzmán, restituir una nueva forma portaliana. La derrota plebiscitaria del 4 de septiembre del año 2022 contra las potencias transformadoras no trajo una refundación (incluso con un proceso constituyente “reaccionario” como el de la Convención 2), sino que la dinámica siniestrada del pacto oligárquico de 1980 se perpetuó y profundizó sin necesidad de una revuelta. Acaso, la descomposición del pacto sin revuelta defina, de manera precisa, lo que hoy se conoce como el “caso Hermosilla”.
Ahora bien, la formación de compromiso desencadenada, quizás, pueda ser pensada a partir del término que ha propuesto el filósofo Idris Robinson a propósito de su lectura de la revuelta estadounidense surgida del asesinato de George Floyd[4]: mediación vital, esto es, un lugar desde el cual haya podido apuntalar un nuevo salto histórico de la revuelta hacia su sobrevivencia.
¿Cómo hacer que la potencia de la revuelta pueda sobrevivir sin necesidad que permanezca la revuelta? Su fetichización o monumentalización y, junto a ello, el olvido de la pregunta estratégica acerca de su potencia destituyente desencadenó la parálisis antes que la posibilidad de su sobrevivencia en la forma de una erótica política.
Si bien, la sobrevivencia de su potencia logró habitar al interior de la Convención Constitucional generando una excedencia al interior del régimen de representación que lo acogía y, por tanto, sobrepasando con creces la estructura instaurada por la clase política en el Acuerdo del 15 de Noviembre de 2019, lo que sobrevino fue la progresiva sustitución de la “mediación vital” (lógica de cabildos, asambleas, etc.) por la mediación representacional (lógica liberal, institucional, partidaria). La cuestión de la vida quedó desplazada por la del signo. Así, el orden político chileno restituía su carácter adémico (sin démos, sin pueblo) con calles deshabitadas y ciudades abandonadas: la foto de Piñera en Plaza Baquedano expone de manera prístina dicha situación. Todos han huído, todos se han perdido, todos se disgregaron velozmente.
Justamente porque la mediación vital finalmente sucumbe a la representacional es que la potencia excedentaria se redujo a la dinámica cronológica de un tiempo vacío impuesto desde arriba que terminó normalizando el espacio que había sido abierto precisamente para desarticular las formas habituales con las que se jugaba la política. De esta forma, podríamos decir, en la medida que la potencia destituyente no encontró una mediación vital suficiente al interior de la Convención para profundizar su desobramiento, dejó el espacio para que lo hiciera el pánico que bloqueó el paso desde lo social a lo político, generando una parálisis en todos los niveles. El pánico devino así la verdadera “mediación vital” pero bajo el signo totalmente inverso: en vez de apuntar hacia una transformación radical de la institucionalidad portaliana, nos condujo hacia su desfiladero, el horror vacui que hizo surgir al paradigma de la seguridad como síntoma del siniestrado portalianismo heredado.
4.- El pánico traduce parálisis frente a la inercia institucional que vivimos. Si la potencia y su capacidad de movilización de afectos era la situación existencial de los pueblos de Chile en 2019, hoy es el de la impotencia que traduce un afecto sin movilización: la indignación persiste, pero bajo inhibición, sino en repliegue, toda vez que el ordenamiento institucional se muestra hipertrófico produce pánico y con ello la parálisis política en la que prima la desmovilización y la impotencia.
5.- La transformación que viene es la del trabajo muerto. Se trata de convertir el momento de la revuelta en una liturgia que conjure su efecto explosivo y contagioso. En suma, la narrativa en curso pretende ofrecer una lección moral, una nueva fábula que apuntale el nuevo período de consenso portaliano. El cumplimiento de los 5 años constituirá ese momento. El oportunismo de sus “intelectuales” apunta a simbolizar la impotencia a partir de la narrativa de la fábula e introducir la “conversión” que fuerce a modificar el recuerdo que los pueblos tienen de su propia experiencia.
Así, se trata de introducir el resentimiento para que, nuevamente, tengamos pueblos que nieguen su propio pasado, su propia experiencia, su historia y se reconozcan solo en la imagen del Otro (en el fantasma portaliano) y no la propia, en la historia de la dominación y no en la de sus propias experiencias, en el discurso dominante antes que en la propia intempestividad de su misma palabra. Liturgia, fábula y resentimiento son los articuladores de un solo proceso que ha estado en curso hace tiempo: el de convertir el trabajo vivo de la revuelta y sus pasiones alegres en un proceso de trabajo muerto en el que primen pasiones tristes. Si existe un discurso –no disciplina- que lleva la vanguardia en el trabajo muerto es el sociologismo, ese discurso sin crítica ni escritura, sin imaginación, por tanto, que acapara medios y think tanks con sus intervenciones.
6.- El sociologismo es un turismo epistémico. La operación del sociologismo que a través de una empiricidad sin especulación, crítica ni escritura (todo lo contrario de la sociología de los Garretón, Lechner, Moulián) se parece demasiado a la forma que, en plena pandemia, Piñera posó en Plaza Baquedano precisamente cuando, por efecto del pánico, ya Plaza Dignidad había desaparecido de ahí: una operación turística, que paga para visitar un lugar mientras éste acusa estar totalmente deshabitado. Para el sociologismo resulta inimaginable la posibilidad de que dos plazas coexistan en un mismo lugar que tal lugar no sea, a la vez, el mismo: Plaza Baquedano no fue jamás Plaza Dignidad. Ambas se yuxtapusieron entre sí como disputa imaginal y, sin embargo, la primera no es más que un monumento vacío por el cual el tránsito circula y la ciudad desaparece, mientras la segunda, una epifanía que la multitud habita y los rostros de las calles irrumpen. El sociologismo, que por décadas instaló la tesis del “malestar” que no era otra cosa que un dispositivo gubernamental que funcionó como pivote de la transición, en realidad, es trabajo muerto y esa sociología representa la tumba de cualquier sublevación. Por eso, hoy día, se volverá prevalente.
7.-La revuelta fue una sutil conversación con nuestros muertos. Otro tipo de traducción (una mala traducción como la que pretende la burocracia) ofrece el penoso espectáculo de convertirla en pieza de museo para que el resentimiento la purgue con una nueva fábula. Traducir su potencia significa atender su dimensión intempestiva en lo que ella disloca la experiencia del tiempo histórico al contraer la temporalidad en un solo instante, como si los 200 años de historia republicana se condensaran en Plaza Dignidad y como si Plaza Dignidad fuera, en realidad, todas las plazas del país. En la suspensión del tiempo histórico, la cesura que origina a toda pólis y que divide a lo animal de lo humano se disuelven en un mismo lugar imaginal. Es ahí donde los vivos y los muertos conversan y se entrecruzan. Y, posiblemente, la revuelta de Octubre, no haya sido otra cosa que una sutil conversación con nuestros muertos.
8.- La revuelta fue un acontecimiento político. El progresismo y el conservadurismo se diferencian en sus respectivas concepciones de la revuelta: el primero solo rescata la dimensión “pacífica” del 25 de Octubre; el segundo califica a toda de “delincuencial”. Sin embargo, en esa diferencia se acusa una semejanza ontológica: el primero condena la violencia, por tanto, tanto como lo hace el conservadurismo.
Si el progresismo condena la violencia destacando el carácter pacífico de la protesta de Octubre, el conservadurismo simplemente reduce su momento a una situación delincuencial. Para ambos la violencia de Octubre no fue política sino puramente económica (delincuencial). Para iniciar la discusión: la revuelta fue un acontecimiento violento, sin duda alguna. Pero de una violencia política en la medida que planteaba la pregunta acerca de la experiencia en común y la habitabilidad o no del mundo. Acontecimiento porque encuentro efectivo de los cuerpos: nadie sabe qué puede un encuentro –señala el Comité Invisible[5]. A esta luz, esa violencia fue política si somos capaces de trastornar la noción dominante de la política (la política entendida como esfera de la soberanía) por una noción singular de la misma que destituye la soberanía y orienta sus esfuerzos a habitar un mundo que ha sido devastado por la misma noción dominante de la política.
En este sentido, la revuelta fue violenta y política, pero en sus propios términos, no bajo los conceptos dominantes de la tradición del pensamiento político que todo lo lee desde el marco de la soberanía.
Por eso, han preferido denominar al asunto “estallido social”, porque de esa forma despolitizan su violencia criminalizándola y abstrayéndola de toda historicidad. No fue un simple “estallido social” sino una revuelta que condensó, en un solo instante, un proceso de luchas y movilizaciones sociales desplegadas a lo largo de más de una década. Y fue violenta, porque violento es el orden de clases que impugnó[6]. En este sentido, ni el progresismo ni el conservadurismo se hacen cargo de la violencia revolucionaria que la revuelta echó a andar.
9.- El caso Hermosilla es un Octubre al revés. En vez que la máquina portaliana pueda ser expuesta en su esqueleto totalitario a partir de la irrupción callejera, lo hace desde las mismas oficinas del poder en la medida que las paredes de dichas oficinas, como las fronteras marcadas por el pacto oligárquico de 1980, están totalmente debilitadas volviéndose porosas. Así, el momento post-revuelta se caracteriza por la dificultad oligárquica de mantener secretos. Todo se filtra, todo atraviesa paredes, la fuerza que contenía los flujos ya no puede hacerlo. Escena heredera de la guerra pírrica combatida, del resultado indecidible aún, en el que el pacto oligárquico de 1980 exhibe una sintomática robustez maníaca como expresión de su misma fragilidad. Tal es el efecto de la destitución urdida, en el campo de la lucha de clases, por la revuelta de Octubre de 2019. A la vez, la revuelta no puede volver a la calle pues el nuevo “peso de la noche” agotó sus potencias en el pánico acontecido.
10.-El paradigma de la seguridad es el síntoma de la ausencia de un nuevo pacto constitucional. La seguridad no es un instrumento sino una ideología que se volvió omnisciente y transversal a las dos coaliciones políticas inmediatamente después de la revuelta y el proceso constituyente articulado en la primera Convención. La seguridad, impulsada por la situación de pánico sobrevenida, funciona como el síntoma de la ausencia de un pacto propiamente constitucional. Frente a dicha ausencia, las dos grandes coaliciones políticas han podido instaurar un pacto performático por la seguridad, al modo de una compensación “técnica” de una verdadera falta “política”: la constitución. La denominada “crisis de seguridad” existe porque al volverse paradigma, la seguridad fue el lente con el que se comenzó a mirar toda la realidad del país. La tautología es propia del mecanismo soberano con el que opera dicho paradigma. Y existe una reorganización del crimen precisamente porque el pacto constitucional pervive siniestrado y la situación de pánico define la situación social.
11.- La revuelta exhibió el carácter criminal del pacto oligárquico de 1980. En la medida que la revuelta expuso al pacto oligárquico de 1980 en su violencia constitutiva (el “abuso institucionalizado”), quedó explicitado que la república de Chile se funda como un régimen en el que la “justicia es lo que conviene al más fuerte” (Platón, La República, 338c). Con ello, la revuelta explicitó el verdadero mensaje del pacto oligárquico de 1980: solo sobrevive el más fuerte, solo el más fuerte tiene garantizado el cielo. “Más fuerte” que habrá que comprender como el ideal de aquél que tiene más dinero, que domina el país porque es parte del manejo del capitalismo monopólico chileno inaugurado y profundizado por el portalianismo. ¿No es este punto lo que muestra el largo periplo que va desde los casos de Ponce-Lerou, Délano, Hermosilla, hasta las diversas formaciones narco? En otros términos: no fue la revuelta la que trajo la criminalidad sino la luz que mostró que ella constituye la textura misma del pacto oligárquico de 1980. Porque nunca se trató que la Constitución de 1980 fuera ilegítima “en su origen” en la medida que se entendió por “origen” la fecha historiográfica de instalación del dispositivo. Pero, en otro sentido, “origen” no designa el simple principio constatable desde un punto de vista historiográfico, sino, como bien sabe el psicoanálisis, el modo en que se tramita ese “origen” en el propio presente (trauma). En este segundo sentido, es preciso entender que el “origen” del pacto oligárquico de 1980 opera en y como presente en la irrigación social de una violencia radical orientada a despojar a los pueblos de sus potencias (“peso de la noche”): “Para las clases dirigentes, el futuro no era una esperanza sino la continuidad de su imperio.” –escribe Manuel Canales[7]. Por eso, el golpe de Estado no es un simple hecho historiográficamente datable sino un gerundio que mantiene ese “origen” como continuum.
12.- La revuelta chilena es, a la vez, mundial. La revuelta chilena no pertenece solo a Chile, sino al conjunto de pueblos del mundo que se sublevaron en un ciclo común que atravesó al conjunto del planeta. Hasta ahora la mayoría de los análisis han sido “provincianos” puesto que no han entendido la estrecha relación de las revueltas entre sí, como momentos telepáticos en los que la interdependencia popular posibilita la transmisión de potencias entre sí impugnando la guerra civil planetaria en curso que hoy tiene al neofascismo atlántico desplegado y armado globalmente.
[1] Rodrigo Karmy El fantasma portaliano. Arte de gobierno y república de los cuerpos. Ed. UFRO, Temuco, 2022.
[2] Nelly Richard Tiempos y Modos. Ed. Paidós, Santiago de Chile, 2024.
[3] Por el término “potencia destituyente” se entiende, en general, la desoperativización de una máquina de poder específica. Cuando una máquina ya no puede funcionar como lo hacía porque ha sido interrumpida, ya no genera el efecto “hipnótico” que le era constitutiva, significa que ha experimentado su revocación. Eso implica que la destitución des-ontologiza, esto es, que todo aquello que parecía natural, obvio, y evidente se torna extraño, asombroso y sorprendente. En este caso: “Llamamos destituyente a una potencia capaz de deponer en cada oportunidad las relaciones ontológico-políticas (…)” –dice Giorgio Agamben. En: Giorgio Agamben L ´ Uso dei corpi. Ed. Neri Pozza, Vicenza, 2014, p. 343. Así, lo que parecía ser la “realidad” deja de serlo pues se ha revocado, abriendo posibilidades para imaginar otras formas de lo político. En Chile, la máquina portaliana dejó de funcionar como lo estaba haciendo pues le fue revocado su “ser”: ya no aparece como la única “realidad” sino como una realidad siniestrada o arruinada que, por eso mismo, posibilitará imaginar nuevas formas. Para eso, resulta conveniente volcarse sobre el trabajo de Walter Benjamin, el Comité Invisible, Amadeo Bordiga, Giorgio Agamben, Mónica Ferrando o Andrea Cavalletti, entre otros que han pensado el asunto con diversos énfasis.
[4] Idris Robinson https://illwill.com/how-it-might-should-be-done
[5] Comité invisible A nuestros amigos. Ed. Pepitas, Logroño, 2015.
[6]En este sentido, la revuelta no es ningún “enigma” sino el acontecimiento que lo despeja en cuanto visibiliza la lucha de clases que atraviesa a la sociedad. Ella cristaliza la contradicción constitutiva de la máquina portaliana replanteada desde el golpe de Estado de 1973 y que, desde la imaginación popular asoma en la contradicción “pueblo versus élite”. Si existe algún “enigma” a resolver es justamente porqué las epistemes dominantes han sido esquivas a este problema acusando “uso político” al plantearla.
[7] Manuel Canales La pregunta de Octubre. Fundación, apogeo y crisis del Chile neoliberal. Ed. Lom, Santiago de Chile, 2022, p. 172.