Sichel es el dogmatismo disfrazado de pragmatismo. Es quien quiere hacer parecer nueva la vieja idea de votar por las “personas”, como si no fuera una técnica usada transversalmente en Chile en las últimas décadas.
El debate de la derecha fue lamentable, debido a que los candidatos trataron de no ser lo que son, escudándose tras estrategias antiguas que hoy ya no hacen sentido. En días en que las controversias se encuentran expuestas, ya sea estética o profundamente, querer “terminar con las lógicas del pasado” parece un vestigio de los noventa más que una propuesta hacia el futuro.
Es cierto que cierta izquierda muchas veces esconde a pesar suyo los vicios más profundos del sistema neoliberal. El individualismo vestido de colectividad campea en los discursos a favor de las identidades, dejando de lado el principal antagonismo social que aún respira tras las marchas multicolores. Pero verdad es también que, bien o mal, hay cierta claridad de qué es lo que se combate y a qué es a lo que se opone.
En el debate de la derecha también hay una oposición a algo, pero es precisamente a creer que hay posiciones diferentes. Tanto Ignacio Briones como Sebastián Sichel y Joaquín Lavín, han basado sus campañas en oponerse a los enfrentamientos políticos e ideológicos, a hacer visibles las diferencias, tratando de encasillar cualquier discusión política como algo que “divide a los chilenos”. Esto con tal de invisibilizar lo que está ahí, expuesto, sangrante y palpitante.
Tal vez quien más expresa esta ideología del decir todo para no decir nada, es Sichel. Su candidatura ha intentado arroparse con la lógica de la superación personal, del logro individual por sobre el común. No es casualidad que siempre su franja esté repleta de alusiones a su historia, su vida, sus logros y la manera en que salió de abajo, no solo logrando “cruzar la vereda” a la derecha, sino también saltando el cerro para abrazar el triunfo social.
Según su discurso, los antagonismos son una construcción retórica de una izquierda que no se enorgullece de los últimos treinta años; sin embargo, su relato político es la demostración de que no hay construcción, sino realidad. Él trata de contarnos de manera desideologizada el corazón de la ideología imperante, que es la elevación del arribismo como valor, como también hacer creer lucha de clases no existe mientras hace una apología a cambiarse de una a otra clase.
Sichel es el dogmatismo disfrazado de pragmatismo. Es quien quiere hacer parecer nueva la vieja idea de votar por las “personas”, como si no fuera una técnica usada transversalmente en Chile en las últimas décadas. Está convencido de que la solución a la nula representación partidista, producto de la crisis institucional, es decirse ser de todo y nada a la vez, y que, como todos sus adversarios en esta primaria, los problemas no son estructurales sino personales, aplicando el “cosismo” como si no lo hiciera, como si representara una renovación de las ideas que no es tal; y como si su idea de que los conflictos deben resolverse de manera doméstica, no fuera lo que llevó a la explosión social de octubre del 2019.
Aunque lo niegue, es la prolongación de lo que llevó a la derecha a encabezar el peor gobierno de la historia reciente de Chile. Es el piñerismo sin decirlo, la apuesta por decir que no es parte de lo mismo, mientras se codea con los principales artífices de la segunda candidatura del presidente en ejercicio. Es la vieja historia. El viejo truco.