jueves, octubre 10, 2024

Pedagogías del silencio

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Las mujeres deben juntarse, tomarse las universidades, marchar, ser multitud, como ocurrió el 2018 con el mayo feminista, el 2019 con la performance de Las Tesis, el 2020 con el histórico 8M. ¿Por qué esa voz se transforma en coro una y otra vez? Entre otras razones, porque la palabra de una mujer, en nuestra sociedad, vale un cuarto, un octavo, un décimo de la palabra de un hombre. Por eso se necesitan cuatro, ocho, cientos de mujeres.

El caso de Martín Pradenas revela una vez más los múltiples niveles en que se manifiesta la violencia machista. Una violencia ejercida contra el cuerpo y que se materializa en una violación y posteriormente en un suicidio, pero que no se detiene allí. En la decisión del juez de garantía de Temuco se hace visible una operación también fundada en la violencia y que se resume en la siguiente pregunta: ¿cuántas voces de mujeres son necesarias para condenar a un violador?

En este caso, la voz de Antonia Barra, contenida en audios y en su defensa judicial, así como las voces de otras mujeres que denunciaron abusos sexuales por parte de Pradenas, no bastaron para que el tribunal decretara una medida cautelar de prisión preventiva. ¿Por qué? ¿No había acaso antecedentes más que suficientes de una conducta que pone en riesgo a la sociedad, específicamente a las mujeres de la sociedad? Tal vez en el dudoso raciocinio judicial, frente a esas voces femeninas de denuncia se antepuso otra voz, la del propio Pradenas. En un video dirigido justamente a amplificar su propia voz y publicado por iniciativa propia, Pradenas mira a la cámara y responde preguntas emitidas por otra voz masculina, serena y respetuosa. En su entorno hay silencio, tiene tiempo para hablar, tiene el temple de una persona acostumbrada a ser escuchada cueste lo que cueste. Pero Antonia Barra también intentó que su voz fuera escuchada. No solo al tratar de resistir la violación, sino posteriormente, cuando contó lo que le había pasado a otras personas. ¿Qué ocurrió con esa voz? Lo cierto es que fue silenciada y que ese silenciamiento persiste en el juicio y en parte de la cobertura mediática de este caso. “Era una loquilla”, se dijo de ella en un reportaje del Canal 13, en una declaración que busca horadar esa voz, acallarla y deslegitimarla, tal como ocurrió con la voz de Nabila Rifo y el escrutinio público de su vida sexual.

En este contexto de silenciamiento que antecede al juicio y luego persiste durante el proceso, la voz de Antonia no encontró cauce, no encontró oídos y no encontró tampoco un sistema judicial que la escuchara y validara. Ella no quería denunciar, acaso por el temor a que no le creyeran, es decir, por el legítimo miedo a una sordera selectiva que se manifiesta en amigos, familiares y, por cierto, en jueces y abogados. Una sordera inculcada en diversas esferas, desde el hogar hasta el sistema escolar, y que nos enseña desde muy temprano a quiénes debemos escuchar y a quiénes no, qué voces valen y cuáles no, qué historias cuentan y cuáles no.

El propio fallo que niega las medidas cautelares reafirma y se hace parte de esa pedagogía del silencio pues nos dice a nosotras, a todas las mujeres, lo que ocurriría con cualquier otro acusado de violación: no se decretaría su prisión preventiva incluso si hay evidencia de sobra para hacerlo. Entonces, para qué hablar, para qué denunciar y exponerse si el sistema se resiste a escuchar esas voces. El silenciamiento es un elemento esencial de este y otros casos similares, y la relación entre la voz y la escucha parece ser aún más fundamental después de una noche de caceroleos y consignas que se oyeron en todo el país.

Algo similar en relación a las voces ocurre en las aulas escolares y universitarias: cuando hay una acusación de acoso sexual contra un profesor, tampoco suele bastar una sola denuncia, aunque haya evidencia de sobra. Deben ser decenas las estudiantes abusadas y humilladas para que las instituciones adopten alguna medida. Las mujeres deben juntarse, tomarse las universidades, marchar, ser multitud, como ocurrió el 2018 con el mayo feminista, el 2019 con la performance de Las Tesis, el 2020 con el histórico 8M. ¿Por qué esa voz se transforma en coro una y otra vez? Entre otras razones, porque la palabra de una mujer, en nuestra sociedad, vale un cuarto, un octavo, un décimo de la palabra de un hombre. Por eso se necesitan cuatro, ocho, cientos de mujeres. Así ocurrió en el caso de Harvey Weinstein y en el del propio Martín Pradenas, acusado por varias otras víctimas de abusos sexuales pero cuyas voces fueron declaradas prescritas y por lo tanto excluidas del juicio.

El feminismo, sobre todo el feminismo sudamericano, ha alterado la relación entre la voz femenina singular y la voz colectiva. La voz de Antonia Barra no fue escuchada a tiempo pero se transformó en coro, en multitud. Que anoche se oyera “el violador eres tú” desde los balcones de miles de mujeres confinadas por la pandemia es un reflejo poderosísimo de cómo esa voz colectiva irrumpe en el espacio público sin importar las circunstancias. Si los cuerpos no pueden salir, entonces brotan las voces en ese coro disruptivo y poderoso. Y justamente por ese poder, por esa capacidad de disrupción, el colectivo Las Tesis, catalizador de una de las manifestaciones feministas más resonantes de los últimos tiempos, actualmente enfrenta una demanda ante los mismos tribunales que, una y otra vez, aplican su pedagogía del silencio. Una demanda dirigida contra las mujeres que crearon la performance pero que nos intenta enviar a todas el siguiente mensaje: silencio. Pero las mujeres, desde Sor Juana Inés de la Cruz y su respuesta a Sor Filotea, pasando por una larga historia política y literaria de insubordinación, hemos encontrado estrategias para romper ese silenciamiento. Y lo ocurrido anoche desde los balcones de todo el país es un ejemplo: un coro que exige, de una vez por todas, que la voz de una mujer sea escuchada a tiempo.

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