Nelly Richard ha cultivado recursos estético-literarios para litigar con los mapas del realismo transicional, las estéticas modernizantes y el adaptacionismo de las ciencias sociales. Desde los años 90’ -transición pactada- ha intensificado distancias conceptuales con los catálogos y paisajes lingüísticos de la modernización post-estatal. De un lado, cabe subrayar disensos con la “gubernamentalidad visual” -sujetos dóciles- en los años de post-dictadura (shock “anti-fiscal”) y, de otro, ha sostenido una distancia político-cultural con las economías adaptativas de las ciencias sociales –“pactos cognitivos de la concertación”
Al interrogar la revuelta, evitando el descontrol de metáforas, Richard no pierde de vista la potencia del mayo feminista (2018) y sus mociones de “educación antisexista” y la juridicidad de una “Constitución feminista”.
Las Tesis instalaron un nuevo campo enunciativo desde el lema “Un violador en tu camino”, que tensionaba a los custodios barítonos respecto desde una rotura con el libreto “binario del ataque-contra-ataque violento de que la masculinidad ocupa contra el enemigo que encarna el sistema de dominación”. El “nosotras” fue la palabra y el gesto solidario de reafirmación para impugnar el patrón de identidades baritonas en favor de” cuerpos deseantes”.
La revuelta obró, más allá de sus líneas de fuga, en virtud de las escrituras de la exaltación. Los más entusiastas leyeron en este hito el inicio de la desarticulación del modelo neoliberal. La expansividad metafórica –mal de hipérbole– se impuso hasta sostener que “el modelo neoliberal nace o muere en Chile”, o “Chile será la tumba del neoliberalismo”. Bajo la alquimia de los torniquetes del 18 de octubre, se agolparon barricadas, grafitis, murales, performances, porque según las energías contestatarias “no eran 30 pesos, sino 30 años”.
Richard -deseante de flujos- recusa una aspiración novelística y barroca en las escrituras de la revuelta que coadyuvaron -cuál más, cuál menos- a la arremetida de la ultraderecha, donde fue beatitud insistir en “extravagancias de la letra”. Luego, el Apruebo al plebiscito para redactar una nueva Constitución (25 de octubre de 2020). Más tarde la puesta en marcha de la Convención Constitucional (4 de julio de 2021) y el rechazo de septiembre de 2022, ha sido un fárrago de sucesos embriagadores, cómicos y fantasiosos. A la sazón asistimos a la crítica ciudadana más intensa al “armatoste neoliberal”, a la racionalidad abusiva de sus instituciones, que ocurrió luego de la transición pactada.
En medio de este desborde barroco pudimos presenciar la violencia fundante y constitutiva de la acumulación de capital. Las revueltas comprometen un tiempo de excepción donde no prevalece la mesura de la razón, sino el desequilibrio de las pasiones, no la ponderación del juicio, sino el arrebato de los sentidos, no la racionalidad política, sino la efusividad social.
Hay que admitir que la crítica al clivaje destituyente (Octu-brismo dice el periodismo sociológico) es un estado de alerta que oportunamente nos susurraba Richard (CLACSO) sin caer en un “Rectorado semiótico”. No es fácil enfrentar este punto, porque aquella Comeda que la ensayista leyó con una savia filo-moderna, se impuso como la derrota temporal de un “pensamiento radical” de “corporalidades rebeldes” e imágenes- “sintaxis apocalíptica”- desprovistas de todo horizonte político y plásticas institucionales.
En Tiempos y Modos, (2024) la ensayista nos recuerda el precipicio. Una revuelta, más allá de la líbido inevitable, es tan necesaria como caotizante.
Es necesario consignar que aquello que alude a las escrituras de la revuelta, se debe al flujo de acontecimientos en tramos (lo transitorio-fugaz) y secuencias de tiempos en contrastes, inauditos y excedentarios, que se vivieron durante los seis meses de activa revuelta que atenazada la naturalización de la desigualdad. Cabe subrayar que unos pueblos plurales solo querían importunar y disentir. Una “pulsión de fuga”, sería una comedia absoluta que establece los desvaríos de lenguaje para una política de derechas. Una fractura temporal sin inteligencias políticas u otro tipo de articulaciones, provee las condiciones de regresión conservadora.
En suma, si a las escrituras de la revuelta, en tanto “nosotros escindido”, nunca les importó el “futuro abstracto”, sino importunar-astillar-disentir (desmantelar el presente neoliberal) los fragmentos del presentismo neoliberal, la pregunta de richardiana aparece tan política, “como sensata” en el desbande de temporalidades y el “romanticismo del porvenir”.
La pluma de Richard, muy en sintonía con las tesis exigentes de Benjamin Arditi, no busca agotar todas las “líneas de fuga” en una maquinaria de traducibilidad que exhume las temporalidades nómades es algo que Nelly desplazó en los años 80’ y que ahora implica, amén de realismo, interrogar la materialidad de los significantes.
En suma, no se trata de un frenesí por gestionar acontecimientos y administrar “agenciamientos de sentido”, sino un complejo trabajo que emplaza la suspensión nihilista. Lejos de invocar normadas líneas de fuga -porque una revuelta es un punto ciego- aquí se trataría de obstruir su inevitable deriva. Ello implica otra trama articulatoria de lo político y no el imperio de la facticidad en los contratos modernizantes.
La fenomenología de calle del 2019 devela un repertorio de neologismos urbanos, jergas, performatividades, contra las vidas edificantes del consumo cultural. El hervidero vitalista contribuyó, en su desilusión estética, mediante personajes hiperbólicos que terminaron expresiones de lumpen consumismo y marginalidades mediáticas. Quizá una epistemología del hampa -desborde de la calle neoliberal- es un estado de sombras, luces y vilezas. La urbe sería una zona porosa entre lo “cómico significante” y lo “cómico absoluto” del sin sentido.
La revuelta de calle, en Chile el 2019 -a modo de teatro político- podría ser un imperio de la risa y el exceso, alentada por grotescos paroxísticos -pasiones multitudinarias y expansivos metafóricos- que declaraban mesianismos ocultando sus narcisismos críticos y agenda bifrontes. A ello se sumaría la crítica mesurada-adaptativa contra la violencia (“grotescos del progresismo”) que bajo los mismos sucesos se arrogaba la sensatez, la prudencia cínica y una vocería curatorial que se esmera por copar el “principio de realidad”. En suma, la borradura de los límites en cuestión de meses, valoración-desprecio por el estallido social, lirio y deliro, como vaporosa frontera que conjuga figuras dispares, lo exultante-pasivo en este caso, nos lleva a las palabras cómicas –cómica verba.
Richard sostiene que no es posible renunciar —en nombre de la comicidad de los pueblos victoriosos— a la liturgia y ritualidad de ciertos cultos como el de los retratos en blanco y negro de los desaparecidos (cuya aura debe seguir relampagueando en la cercanía-lejanía de lo presente-ausente) para proyectar el temblor de una sombra crepuscular. En suma, la “rabia erotizada” -muy imputada por Richard- cultiva las energías tristes que se esparcieron en las rutinas diarias.
A propósito de una nueva “analítica de lo (post) popular”, cuestión que Richard rescata del trabajo de Rodrigo Karmy, los flujos de temporalidad deberían ser interrogados en proyecciones fantasmáticas al interior del inmanentismo. Un tiempo desgajado por la velocidad del capital, y travestido, que desafía el campo hermenéutico y agrava la inestabilidad del sentido. Ello incluye lo lábil de un carnaval y su dorso de inversiones tanáticas.
La revuelta, alteración y perturbación de un estado de cosas, es también la pantalla trizada donde el pasado aún sostiene las verdades del presente. Plaza Dignidad y las subjetividades vitriólicas, cual fiesta de los pueblos, pero con una máscara o disfraz -latencia de la subjetividad neoliberal- transitada por un infranqueable “yo posesivo”.
La necesaria analítica sería la discordancia y excentricidad de lo “lo temporal”, el devenir extravagante que transgrede toda normalidad. En suma, la promiscuidad de acentos urbanos tras los sucesos – “lo grotesco”- fue una deliberada transgresión de los límites (“saqueos y violencia inusitada”) para desestabilizar todo orden, norma y sistema.
Octubre como un nodo obstruido de la dominante neoliberal es el paroxismo de acontecimientos sin relatos –y críticas tanáticas- desde una multiplicidad de singularidades cuyo desborde trajo consigo “chispazos” de política afirmativa, aunque problemáticos ante a la narrativa articulatoria que Richard propone para remecer el momento lírico-testimonial y reconfigurar el derrame de catarsis en una posible articulación sígnica.
A propósito de los modos de discutir el presente, e ir a la “materialidad de los significantes” alude a una separación entre la filosofía y crítica cultural en torno a la “actualidad” como contexto de intervención y sin el ánimo de ceder a la subordinación de la crítica a la “factualidad del contexto”: “voluntad de presente, un deseo de intervención que reclama un presente en el cual realizarse un presente. Contra estas objeciones has propuesto distinguir entre presente y actualidad, entre presencia y alteridad.
Por fin, contra la “adolescencia cultural” de una calle moralizante, la plástica richardiana nos ha recordado que decir “todo es fuga” puede ser parte de un abstraccionismo filosófico que carece de política (Palinodia, 2013). Tal empresa no implica postular “una huida fuera de los campos de poder”, sino abonar porosidad y atajos cognitivos a las complacencias con la revuelta chilena (2019).
Tiempos y modos y sus pulsiones de escritura, cultiva un interés declarado -desde la introducción del libro- por abrir un espacio en disputa que nos interesa seguir, en su latencia estético-político, vaivenes barrocos y sociologías del malestar, más allá de sociologías del malestar.
Richard, nos advierte de sus distancias respecto a las escenografías “glorificantes de la revuelta” (2019) y la “imagen-fetiche” de la ruptura definitiva (el “todo o la nada”), como así mismo, los “imaginarios anti octubristas” donde se distribuyen moralinas entre progresismos reaccionarios y derechas autoritarias. Con todo, las consignas del paroxismo nos llevan a los “temporalidades cerradas” de la calle neoliberal, donde la acumulación de “imágenes grotescas” –“distopías totalitarias”- reparan permanentemente en las perversiones estéticas (“cuerpos y enunciados”) y los efectos de “confusión babélica” (dialectos insumisos) que agravaron una regresión conservadora.
A modo de pregunta y paráfrasis, Richard conmina a darse el tiempo del vivir desde un arte de la detención y el repliegue en el campo de las izquierdas, respecto a escenas, figuras y posibilidades de la crítica en el marco de sucesos que aún no pueden ser situados en un marco conceptual hegemónico, sea octubre u octubrismo.
Cabe consignar que suscribimos tal sugerencia -ni sumisa, ni vitalista-, aunque suspensiva de Richard, merced a la oscilación de temporalidades – idiomas vaporosos – donde la experiencia no coincide con una temporalidad drómica, porque el régimen de la visión se debe a la aceleración del tiempo. El momento dromólogico es donde la experiencia, estética –decimonónica- que se alzaba como sublime lumínico y organizada por la economía moderna como dominio de lo real pierde toda fuerza intelectiva. No habría régimen curatorial de las galerías, a saber, exposición, museo y escenografía, frente a los desgarbos de calle.
Una textualidad que, sin renunciar a las formas imaginales de “lo político”, puede interactuar con los tamices del realismo donde los dialectos de la revuelta intenten traducir sin considerar este acometido como una “traición a la poética del desorden que hizo estallar la revuelta” (97). En la misma dirección la ensayista hace más de una década señalaba sus diferencias con un dogma donde toda deseo de traducibilidad “parcial entre lo criticado y la crítica, por vigilante que sea su ejercicio, está destinada a la obscena complicidad con lo fáctico de un hoy sumergido en la promiscuidad del valor-cambio”. (Crítica y Política, 2012).
Tal hendedura implica un realismo reflexivo, que mantendría en vilo una ética del acontecimiento, y no así su confinamiento gestional no debería ceder velozmente a un tiempo intempestivo, magneto-erotizante,desprovisto de traducciones imperfectas y disposiciones institucionales. En efecto, la exaltación del ánimo: del sentimiento intenso y la fascinación subjetiva de querer entrar en concordancia experiencial con la aspiración callejera de la muchedumbre a desintegrar violentamente todas las piezas de un sistema injusto. Los filósofos de la revuelta se propusieron abrazar los cuerpos insurrectos de la calle.
Tiempos y Modos -último libro- es un texto que abre un debate en la contemporaneidad y mantiene la pasión política de su autora. En su economía gestual –generosidad- concita a múltiples voces centradas en la radicalidad del presente, donde éste no cede fácilmente al tiempo homogéneo de la modernización. Hoy ante la histeria de una “tercera derecha” desatada, Richard recusa el clivaje -acomodo- socialdemócrata e interroga la soberanía experiencial (existencial) de visualidades y lenguas de cambio que migran sin diccionarios cultivando “la zona festiva de los cuerpos”. Hoy que la revuelta es reducida a exceso, ilimitación, estrategias y cálculos, debemos buscar nuevos sedimentos.
Y hoy, qué decir de nuestros heraldos Nelly.
amata da noi, da noi