El abogado de La Moneda durante el gobierno de Sebastián Piñera, Luis Hermosilla, sigue en el ojo del huracán político. Su relación de “amistad” con Sergio Muñoz, ahora exdirector de la PDI, quien le filtraba información, nos muestra nuevamente el ejercicio de la política en pleno y lo importante que es crear lazos de amistad para lograr objetivos puntuales.
Los chats de Hermosilla con Muñoz son reveladores de cómo se construye la confianza. Para hacerlo, no siempre todo debe girar en torno al objetivo central. Es importante manifestar respeto y aprecio por el otro y hasta lograr sentirlo realmente. Hay que mostrarse cercano, cómplice y de una forma serlo, ya que cuesta creer que todo haya sido un simple juego de máscaras.
El abogado lograba esa conexión con todo quien se considerase su cercano. Las conversaciones, las recomendaciones y las certezas eran su especialidad. Todo parece indicar que su vida era su profesión, la que consistía en crear un nexo real y utilitario para un futuro o un presente inmediato.
Y es que en el trabajo público y privado lo valioso no es siempre la virtud ni la especialidad, sino el ser conocido de alguien. Los cumpleaños, los matrimonios, los mensajes por whatsapp pueden hacer más que años de carrera o especialización en ciertos temas, lo que demuestra que la política es pura acción, un músculo que debe ser ejercitado constantemente, un oficio que no debe ser relegado a teorías grandilocuentes sobre el futuro o gestas heroicas donde todas las controversias serán resueltas debido a una “razón histórica”.
Hermosilla es parte esencial de la “gran familia chilena” del poder. Y lo sabe, como si entendiera que la única manera de obtener resultados es conversar de todo salvo de lo importante. Los favores se van pidiendo entremedio de felicitaciones respecto a la vida personal de los involucrados en la amistad. No se hace en un terreno oscuro ni malvado, ni tampoco en uno claro y a plena luz del día, sino en un interregno llamado compadrazgo.
Luis Hermosilla no es el Gran Otro, sino el Gran Amigo. Aquel al que había que recurrir o el que se decía que había que recurrir. Su vida, al parecer, es-o era- mantener esas amistades, esos lazos para, en el futuro, ayudar o ser ayudado. Por eso no llama la atención que haya sido abogado del asesor de La Moneda Miguel Crispi, después de haber defendido a su amigo Andrés Chadwick en contra de una acusación del sector de Crispi. Se fue convirtiendo en el necesario, en uno de los pocos que podía pasar de un lado a otro sin que hubiera mayores conflictos.
Hoy, como siempre sucede, pareciera que nadie sabía muy bien qué hacía este abogado, aunque todos tenían una idea de lo que hacía. Ahora es más bien un placer culpable tener un lazo con él; no una deshonra, a diferencia de lo que se cree, sino algo casi excitante. Es cuestión de ver las declaraciones del periodista Fernando Paulsen, quien reconoció que Hermosilla era padrino de uno de sus hijos. Parecía lucir algo así como una especie de medalla social. Porque no hay nada más atractivo que ser cercano del Gran Amigo de todos. Es pertenecer a algo. Ser “el conocido” de alguien.