Los pueblos piensan: querida Tía Pikachú, ¡yo te defendería nuevamente!

Giovanna Grandón, la famosa Tía Pikachú, ícono de la revuelta, cristaliza la interpelación popular a un continuo de la política nacional profundamente cupular. Se sienta en la Mesa, del órgano más democrático y representativo de nuestra historia, de igual a igual, con un Larraín Matte, con una Marinovic Vial, con un Monckeberg Bruner y un Atria Lemaitre.

Un nuevo 18 de Octubre se marca en el calendario, 4 años han pasado desde aquel acontecimiento, que estremeció, de una forma u otra a un país. Llegamos a otra conmemoración, en medio de una nueva operación de resignificación de aquello que pasó. Este año, no sólo se ha identificado Octubre como un momento delictual, donde individuos sin rostro, pero posiblemente articulados desde el exterior asaltan y destruyen la ciudad en acciones varias de vandalaje. No, este año Octubre se muestra, por parte de algunos calificados como demócratas, como el intento ¿exitoso o fallido? de un golpe de estado no tradicional, el que tenía por objeto interrumpir la vida buena que transcurría en el oasis de Latinoamérica y conculcar, la valiosa estabilidad democrática que los expresidentes, más el mandatario actual, han celebrado en el “Compromiso por la democracia siempre”.

Lo cierto es, que pese al encuadre que han realizado las fuerzas reaccionarias y el silencio del todo cómplice que mantuvo y aún hoy mantiene el progresismo, con muchos de los  discursos que intentan destruir la potencia política de la revuelta, que por lo demás, también les interpeló con mucha intensidad, Octubre genera movimientos telúricos que no pueden ser solamente analizados desde lecturas simplemente anómicas, inauguradas tempranamente por el rector de chile y distribuidas y replicadas de forma bastante equitativa entre “izquierda y derecha”

En Octubre, más allá de la dislocación del tiempo histórico que generó el acontecimiento estallido, es posible rastrear con mucha claridad múltiples expresiones de politicidad, cargadas de un sentido transformador. Fue la aparición de lo propiamente político, si entendemos por tal, la emergencia y consolidación de nuevos sujetos políticos y la insistencia por la reformulación del pacto social en las claves destituyente/constituyente. Acción y temporalidad contraria a la vigente, a fin de cuentas, historia en conflicto. Algo distinto al tiempo vertiginoso, que somete en clave de quehacer infinito, en el marco de la mera actualidad, al poder institucional.

En aquel entramado socio histórico distinto, es posible observar miles de experiencias de deliberación popular que ocurrieron en Cabildos, asambleas territoriales y mesas ciudadanas. Poco y nada se ha escrito sobre ello en la extensa literatura que existe sobre la revuelta. Sin embargo, a mi entender, aquellos diálogos, propuestas y posicionamientos deben ser realzados. Sea dicho, en las revueltas los pueblos respiran… y también piensan.

Piensan los pueblos, que tienen el derecho y la capacidad de pensar. Y en el Octubre chileno, su pensamiento fue llevado a los límites, a la frontera. No solamente pensaron los pueblos una Constitución Política diferente, sino que también se convencieron de que contaban con la inteligencia suficiente para escribirla por ellos mismos.

Quiebre con la historia del constitucionalismo chileno, oligarca, conservador y autoritario cubierto con un manto tecnocrático, que les ha sido otorgado por la mayoría de los reputados jurisconsultos de este país, para esconder una violencia fundacional. Lo que ellos han denominado pactos sociales, no son más que la imposición, en todo caso, antidemocrática de quienes históricamente han controlado este país.

No resulta extraño, entonces, que muchos de ellos, inclusive los auto comprendidos como progresistas, hoy aboguen por una nueva operación intraelitaria. Lo hizo hace unos días el abogado Javier Wilfrenmann quien ha aseverado públicamente que “Una Constitución es ante todo un pacto entre elites políticas, en ocasiones con inclusión de élites económicas (…) Da lo mismo cuanto digan los sectores políticos (…) el proceso es un fracaso sin un acuerdo de élites”

Giovanna Grandón, la famosa Tía Pikachú, ícono de la revuelta, cristaliza la interpelación popular a un continuo de la política nacional profundamente cupular. Se sienta en la Mesa, del órgano más democrático y representativo de nuestra historia, de igual a igual, con un Larraín Matte, con una Marinovic Vial, con un Monckeberg Bruner y un Atria Lemaitre.

¡Escándalo, es un escándalo! Una trabajadora precarizada, vendedora, feriante, transportista escolar emerge desde una fuerza social y subvierte el rol existencial que se le ha otorgado. Quebranta una historia familiar, se postula como candidata, pese a todos los vaticinios adversos y las caricaturas, vence. Piensa, habla, vota en testera. Se apropia de un debate ajeno, ingresa a una conversación que para ella ha estado vedada. Profana, no solo por su disfraz, la estética de las instituciones políticas usa, el lenguaje encriptado de los abogados.

Genera en los dueños de este país, desconcierto, molestia, irritación, desata furias. Pero no solo en ellos, también en sus intelectuales. Esos sabios, grandes pensadores, los personajes ilustres, las lumbreras petulantes, que no pueden concebir que los incultos, los vecinos, los patipelaos’, los sin tierra, los indios, se hayan sublevado contra el reparto de lo sensible. Aquí se entiende por qué el castigo, por qué la imputación excesiva, desmesurada y profundamente cruel de las culpas, a una mujer como Grandón.

Cristián Warnken, quien se ha convertido oficialmente en el cartero de la oligarquía, lo transparenta muy bien. En la última carta que le hacen leer le imputa a Grandón irracionalidad, delirio, excesos, a diferencia de “los constituyentes razonables, dialogantes y sobrios” que gobiernan el proceso actual.

Sin embargo, hay que advertir que el rechazo al olor a pueblo que han mostrado las élites históricamente y que se intensificó con posterioridad a la revuelta, no pasa simplemente por una cuestión estética o de trayectorias biográficas, que aquí también queremos destacar, a modo de gesto de solidaridad, sino que ante todo surge por un profundo terror político. La incorporación de gente como Grandón a un órgano de la república, modifica de una forma u otra los límites y marcos de la conversación.

Coincido con Jaime Bassa, cuando indica en su libro “Constituyentes Sin Poder” que una Nueva Constitución, no pasa simplemente por una nueva redacción, “sino por abrirles a los grupos que han sido sistemáticamente marginados y sometidos a relaciones de subalternidad, espacios de participación política radical” El momento constituyente, según Bassa, que da paso a una nueva relación de fuerzas y de poder político diferente a la actual “requiere de participación de otro tipo de sujetos políticos, no de quienes se ven inmediata y materialmente privilegiados con la actual correlación de fuerzas políticas, sino por quienes no ven este orden como fuente de privilegios o, incluso, por quienes son derechamente perjudicados por éste

A la luz del proceso constituyente fenecido, esta cuestión parece sorprendentemente cierta. La participación de los grupos históricamente relegados, los perjudicados por el orden vigente, fue aquello que en gran parte modificó de forma sustantiva el diálogo constitucional, corriendo las barreras de lo pensable y de lo decible. La aparición de esas nuevas voces, siempre acalladas en nuestra historia, fue significativa en la configuración de un texto de avanzada, propiamente, de una Nueva Constitución.

Advirtiendo aquella potencia política y reclamando nuevamente el control del escenario, la élite política nos impone la figura de los “expertos” la que no se sostiene más que en un mito: “Habría personas expertas en escribir una Constitución, las que trascenderían las ideologías políticas, que piensan y actúan en pos del bien superior de la nación”. Designados por los partidos políticos con representación parlamentaria, la conversación vuelve al marco de lo predecible y sobre todo de lo aceptable para los dueños del país. No es cierto entonces, que la exclusión del mundo social de la nueva conversación se deba a que aquella gente no tenga, ni tuvo, los conocimientos técnicos idóneos para participar de un debate constitucional, sino que su exclusión pasa principalmente por que aquellas voces subvierten límites y corren fronteras.

El discurso de caracterización de la propuesta rechazada como un texto lleno de “excesos refundacionales” no es más que el terror que genera en los dueños de este país la activación y escrituración de los pensamientos de los pueblos. 

Los pueblos piensan. A 4 años del inicio de la revuelta popular y en el marco de la venganza elitaria que estamos presenciando:

Giovanna Grandón, querida tía Pikachú, ¡Yo te defendería nuevamente!

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