Hace unas semanas participé en el seminario internacional Justicia climática y democracia liberal organizado por las universidades Adolfo Ibáñez y Católica de Santiago. La conferencia final la dio el profesor Darrel Moellendorf de la Universidad Goethe de Frankfurt, y tuvo por título: Movilizando esperanza: Cambio climático y pobreza global.
Moellendorf ponía como movilizadores de esperanzas a la juventud que protesta por generar consciencia respecto del cambio climático y depositaba sus esperanzas propiamente en ella, la gente joven, por ejemplo, en Greta Thumberg. Como bien argumentó una de las expositoras que interpeló a Moellendorf, su visión de quienes movilizan esperanzas contrastaba radicalmente con la conferencia que di esa mañana. La persona del publicó indicó que no solo se debía poner la esperanza en activistas de marchas, jóvenes, sino que en quienes se ensucian las manos limpiando humedales, protegiéndolos, conservándolos, y que por lo que ella vio de mi exposición eran personas de diferentes edades. Esa fue la experiencia que quise compartir, no solo hablé respecto de las formas de organización y los vínculos que nos constituyen -cuestión que estudio-, sino que mi intervención consistió en compartir una experiencia personal que ha marcado mi vida indicando un antes y un después.
Creo que esta experiencia personal es relevante para comprender la necesidad de compromiso con nuestro entorno y con ello remediar la falta de vínculo entre las instituciones y la realidad que ven meramente como un objeto a estudiar. No fui a hablar de algo que estudio que está fuera de mí, sino que a comentar algo en primera persona, por tanto, yo misma podría ser objeto de análisis. Desde que vivo en Valdivia frecuento el Humedal de Angachilla y me he hecho parte -porque me acogieron- de la comunidad que lo protege desde hace quince años.
Esta protección se inicia en el vecindario de la Villa Claro de Luna liderado por sus dirigentes, y con el tiempo se suman en una acción simultánea en otros accesos la Villa Galilea del otro lado del humedal y Portal del Sol. Partía la exposición en la Universidad Católica, citando palabras de Jaime Rosales: “¿Cuál es el respeto que se tiene con la organización social? ¿O siempre quieren que nosotros vayamos a pedir limosna?”. Estas líneas están aún vigentes y en lo que sigue profundizaré someramente en algunos matices a considerar para comprender su vigencia y algunos avances ya logrados. Por si se quisiera consultar la fuente estas palabras, aparecen en una publicación de la Universidad de Chile del año 2009 (Diálogos sobre política, pobreza y exclusión social con organizaciones sociales. Actas seminario subprograma Domeyko Política, Pobreza y exclusión social, página 103, 2009).
Con lo anterior quiero enfatizar que no estoy hablando de adolescentes, ni de universitarias y universitarios veinteañeros exclusivamente, que son en quienes Moellendrof depositaba sus esperanzas. Esta responsabilidad por el humedal desde sus inicios se ha encarado intergeneracionalmente, quiero insistir, espacio donde confluimos personas de todas las edades. La esperanza movilizada no se ha dado desde la Universidad, ni desde el activismo de redes o de marcha.
Si bien se han tomado todos los espacios posibles, es la constancia del trabajo en el humedal lo que ha generado una resistencia admirable que intenta dialogar y enfrentar con/a las instituciones, pero no funciona ni gracias a ellas, ni por ellas. Hablo de un espacio para-institucional; las menciono así, considerando que no van contra las instituciones o el Estado, pero prescinden de ellas en lo cotidiano porque sus instituciones de control y las políticas ambientales que proponen son anacrónicas con los desafíos para asegurar el futuro. Creo que esto es muy relevante pues, en los tiempos actuales, el mayor problema político que enfrentamos es la falta de vínculo entre instituciones (incluidos los espacios universitarios) y los territorios, al punto de desconocer todo el esfuerzo hecho, todo el avance realizado; esto se demuestra en las acciones formalizadas que replican algo ya existente.

Con esa sensación quedo luego de leer la nota de actualidad aparecida en la página 4 del Diario Austral el día martes 31 de enero. En ella se indica que se crean cuadrillas de limpieza de humedales desde la municipalidad, que integran estudiantes en práctica. Sin duda es un avance formalizar el apoyo al cuidado de los humedales y generar la posibilidad de que las personas jóvenes sepan que pueden ir a ayudar, aun cuando no conozcan a las comunidades ya organizadas. Su presencia aumenta la esperanza.
Obviamente la acción municipal de acercarse a la Universidad y establecer el acuerdo, permitirá que el humedal tenga más apoyo y eso es motivo de alegría. No obstante lo anterior, es importante mencionar enfáticamente que las cuadrillas, como he indicado antes, empiezan el año 2008 y las actividades en torno a la conservación del humedal se comienzan a gestar desde 2006.
Me pregunto hasta cuándo las instituciones son sordas y ciegas respecto de las organizaciones comunitarias que ya existen. ¿Cuándo se tendrá el tesón y el ánimo de establecer un real diálogo y tomar la experiencia ya existente de los territorios? ¿Por qué no partir reconociendo a las organizaciones que ya trabajan recuperando el humedal? Me permito explicar estas preguntas con la aseveración que se hace en la nota del Diario Austral, donde se afirma que debido al nuevo marco normativo se puede formalizar un trabajo que partió voluntario y que hoy está consolidado.
Consolidar una institución es reconocerla; formalizar una paralela sin canalizar dicha formalización a través de las comunidades ya existentes, me parece que es desconocer que son una institución social por derecho propio. En ellas colaboramos distintas personas que habitamos la ciudad de Valdivia, incluidos profesores y estudiantes de la Universidad Austral de Chile, que también podrían ser consideradas y considerados pero a través de la institución a la que pertenecen paralelamente, la comunidad organizada que tiene ya una tradición defendiendo el humedal.
La defensa y conservación del Humedal de Angachilla tiene un origen comunitario real y han funcionado en paralelo a cualquier medida de municipalidad, Universidad o cualquier centro, de manera mucho más efectiva. Lo anterior quiere decir que aun cuando se retrocediera en los avances que institucionalmente se han logrado, el humedal seguiría protegido por su propia institución.
Creo que replicar lo que ya existe, publicitándolo como nuevo y sin historia, justo durante la semana de los humedales, justifica que mantengamos la pregunta que Rosales se hizo ya el año 2009. Quizá los avances y la cuña a Rosales nos muestran que no es un ninguneo, pero sigue cercano a ello, siendo una falta de reconocimiento de la acción comunitaria que emergió sin que la organizaran desde arriba. La esperanza a la que aludía en un principio viene de la acción comunitaria territorial, desde abajo, sin poder, y no del activismo de redes o de oficina, en ningún caso de la política profesional.
NOTA: La opinión acá desarrollada es personal, no sé cuánto represente a quienes debo mis agradecimientos; es mía pero deudora de experiencias y conversaciones. Gracias a quienes colaboran en la limpieza del Humedal Angachilla, especialmente a Francisco Jaime, Jaime Rosales y Marcela Bruna, por sus comentarios y pensar en conjunto.