La navidad popular no trajo futuro, sino que abrazó la intempestividad del presente, prescindió de valor de cambio y lo trastornó en una modalidad del uso irreductible al régimen de equivalencia general, despachó la “autoridad” de los teólogos con sus fórmulas dictadas por el FMI, por la “autoridad” de los asesinados en las luchas del pasado; sustituyó el himno sangriento de Chile por el “derecho de vivir en Paz” de Víctor Jara, asesinado en nombre de ese mismo himno. El octubre chileno fue la verdadera navidad.
La Navidad se aproxima –dicen. Como un tsunami, una exigencia, un sueño capturado por el pastorado de la Iglesia y el de las grandes tiendas. Pero, en apariencia dos tipos de Navidad suelen contraponerse. Por un lado, la Navidad al que el resentimiento de la Iglesia llama al “recogimiento” y a estar con la “familia” pensando en el mensaje de Cristo, antes que en despiadado consumo al que invita el mercado. Por otro, está la Navidad como mercancía y objeto de infinito goce.
La Iglesia llama a vivir el “verdadero” mensaje de Navidad frente al “falso” promovido por el materialismo del capitalismo y el desenfreno de su publicidad. La Navidad como “mensaje de Cristo” -¿qué significa eso, según la Iglesia?- o la Navidad como “publicidad mercantil” ¿son verdaderamente dos nociones contrapuestas de la Navidad?
Aparentemente si, el idealismo del corazón enfrentado al materialismo del cuerpo, la verdad frente a la falsedad, el brillo contra la oscuridad, el mensaje espiritual contra la publicidad del capital. Sin embargo, las cosas son siempre más complicadas que la simple contraposición entre espiritualismo de la Iglesia y el materialismo del mercado, entre lo supuestamente verdadero y lo falso.
Más bien, pervive una secreta complicidad entre Iglesia y Capital en las bajas pasiones que ambos inoculan: el resentimiento, sea bajo la forma de la “culpa” moral o bajo el modo de la “culpa” económica (la “deuda”). Y si hay culpa, hay mito y, por tanto, lógica sacrificial asociada, dispositivo de muerte algo que, por cierto, el cristianismo nunca pudo superar, sino que simplemente invirtió los términos de su operación (del condenado culpable al condenado inocente)[1]. Ahora bien, en ambos casos se trata de una forma precisa de “culpa” a la que, por cierto, habría que agregar la del Estado que se adhiere con el dispositivo del derecho como “culpa jurídica”: culpa moral, jurídica y económica son tres modalidades de un mismo dispositivo mítico que, en virtud de su lógica sacrificial da lugar a la máquina capitalista en la que la Iglesia, el Estado y el Capital se articulan como tres rostros de una misma lógica, tres formas de una maquinaria mitológica o capitalista que hoy –no solo en Chile- está trunca y llevada a su ruina.
De esta forma, más que oponerse, Iglesia, Estado y Capital danzan a un mismo ritmo, pero en intensidades distintas. El “recogimiento” al que llama la Iglesia y el desenfreno del “consumo” al que llama el Capital son dos caras de una misma maquinaria de poder, dos polaridades de un dispositivo de “culpa” a partir del cual la navidad es convertida en una liturgia de muerte, en la que el control de las almas y los cuerpos constituyen su premisa fundamental. De esta forma, lejos de la simple contraposición, tan melosa entre el “recogimiento” (Iglesia) y el “goce” (Capital) habría que insistir cómo ambas actitudes son parte de un mismo frenesí, de una misma maquinaria pastoral con la que se articula el devenir del capitalismo neoliberal contemporáneo.
Sin embargo, el pueblo chileno experimenta la verdadera Navidad desde el 18 de Octubre de 2019. No ha dejado de estar en Navidad, si acaso esta última no designa una fecha cronológica precisa, sino una cifra histórica en la que se desenvuelve el “nacimiento del mesías”, es decir, justamente lo que Hannah Arendt subrayó como el inicio de una nueva época histórica. Porque “mesiánico” no designa la erección de un “líder” eventualmente carismático capaz de conducir a un rebaño tal como habitualmente se lo piensa, sino a un momento de destitución radical de las formas clásicas de liderazgo que, precisamente, están arraigadas en la forma, tan antigua como eficaz, del pastorado.
Mesías no es el pastor, sino el contra-movimiento que lo depone. Y “navidad” no es, por tanto, una fecha posible dentro del calendario agujereado que experimentamos después de Octubre, sino la potencia destituyente que ofreció el “nacimiento” a una nueva época histórica.
Hemos iniciado otra época que ha depuesto la figura de la Ley y su soberanía y abraza la de otros lazos posibles, otras miradas y voces que habían sido olvidadas por la pesantez de una tradición “teológica” (desde Guzmán a los transitólogos concertacionistas) que habló en nombre de la profecía, pervirtiéndola.
La revuelta de Octubre devolvió la navidad al pueblo, deponiendo al dogma teológico, a la fábula culpógena de la transitología, destituyendo, en fin, la episteme que rigió desde el sangriento golpe de Estado de 1973. La navidad popular no tiene nada que ver con el “recogimiento” impotente promovido por la Iglesia, ni con el goce levantado por el capital. La navidad popular no trajo futuro, sino que abrazó la intempestividad del presente, prescindió de valor de cambio y lo trastornó en una modalidad del uso irreductible al régimen de equivalencia general, despachó la “autoridad” de los teólogos con sus fórmulas dictadas por el FMI, por la “autoridad” de los asesinados en las luchas del pasado; sustituyó el himno sangriento de Chile por el “derecho de vivir en Paz” de Víctor Jara, asesinado en nombre de ese mismo himno. El octubre chileno fue la verdadera navidad. La única con la capacidad de destituir al poder prevalente, la única con la potencia “mesiánica” que, como bien comprendió Nietzsche respecto de Cristo, no quiso traer al mundo una “nueva fe” (como dispositivo que promueve la obediencia ciega) sino la alegre materialidad de una “nueva forma de vida”.
[1]Por supuesto difiero sustantivamente respecto del lugar del cristianismo con René Girard en torno a este punto. Véase: René Girard “La violencia y lo sagrado” Ed. Anagrama, Barcelona, 2005.