Luego de días de cuestionamientos por el cargo que asumió en España siendo todavía Canciller de la República de Chile, Andrés Allamand renunció a su ministerio este domingo en La Moneda. En su discurso de renuncia, no sólo le bajó el perfil al asunto, sino que también anunció su retiro de la política nacional, una vez más.
Y es que Allamand tiene una relación conflictiva con nuestra política. Siempre fue la promesa de una derecha liberal que sería el recambio de la pinochetista. Siempre quiso ser el líder; desde sus problemas con Sergio Onofre Jarpa en los ochenta, hasta los que tuvo con el actual presidente, Sebastián Piñera, por haberlo superado en esa meta de ser la principal voluntad de su sector, todo estuvo marcado por repetidos fracasos, retiros, e insistentes intentos por ocupar un lugar que, según él y algunos otros, la historia le tenía reservado. Lugar que, por lo visto, no existe, porque la historia se construye.
Al dejar su rol en el gobierno y en la actualidad nacional, el ahora exministro lo hace con un sello muy propio, ya que no es ni de manera victoriosa ni mucho menos elegante. Es, nuevamente, entremedio de dimes y diretes, de cuestionamientos a una gestión que, al menos en los hechos, no tiene nada que uno pueda calificar de logro.
Se fue como arrancando del derrumbe estruendoso del gobierno del que formó parte; salió corriendo a Madrid para no ser identificado como parte de lo que se cae y seguirá cayendo en las últimas semanas. Pero no pudo lograrlo. Su sempiterna torpeza, lo convirtió, hasta el momento, en el protagonista del último gran escándalo de esta administración.
En una vergüenza demasiado evidente y, por qué no decirlo, la demostración más clara de que quienes nos gobiernan hasta el 11 de marzo, no tienen el más mínimo interés por el Estado, sus símbolos y su mística. Porque una patria, un territorio, o una comunidad de personas es más que su bandera, su escudo y el emocionado, y casi patético, canto de un himno nacional. Es más que el vulgar nacionalismo. Es, por, sobre todo, la responsabilidad hacia la tarea encomendada; el sentido del deber histórico en un trayecto; es entender el trabajo público como un trabajo hacia el otro, como también hacia uno mismo. Porque, como lo comprendieron figuras insignes de nuestra historia, trabajar para algo más grande, es trabajar para uno también.
Allamand no tiene ni siquiera esa mirada del orgullo propio. Busca, al igual que el presidente saliente, la ventaja corta, salvarse, poder escapar del juicio de la historia por un atajo que sea conveniente. Al menos, Piñera corre riesgos; pero el marido de Marcela Cubillos los experimenta cuando intenta huir de ellos. Como en esta ocasión.
Por todo esto es que no será jamás lo que se juró ser. Por más que hoy ostente un cargo de importancia internacional, él jamás la tendrá. Será uno más, un nombre de tantos de los que, gracias a lobbies, acceden a uno que otro puesto que garantiza un futuro sin mayores problemas.
Acá, en Chile, claro que será algo más: lo que no se debe hacer. La evidencia que arrancar, correr a perderse y buscar desaparecer, es, en política, la única forma de quedar para siempre en la retina nacional. Porque, aunque lo intente, nunca podremos olvidar su canallesca personalidad.