La nueva generación musical chilena, esa que se hace llamar “urbana”, ha sido el centro de toda premiación nacional y durante este Festival de Viña se llevó todas las miradas. Con polémicas tras escenario y presentaciones exitosas sobre él, la nueva cultura popular chilena se tomó el comidillo farandulero por varios días. Sin embargo, muy poco se habla de quiénes son los que hoy construyeron una industria de la nada.
En la izquierda chilena, por lo general se trata de clasificar a estos personajes debido al estrato del que vienen. Si dicen algo que suene a social, los miran con buenos ojos, los aplauden y rescatan su origen sencillo; en cambio, si tiran frases que no están acorde al “catálogo popular”, de inmediato ven en ellos sujetos utilizados por un relato ideológico opuesto a lo que deberían adherir.
Pasó con uno de los rostros más importantes de esta escena en Chile. Mientras se quemaban hectáreas en el sur, Pailita, o como se llame realmente, criticó al gobierno y pidió que salieran los militares para trabajar en la catástrofe. Esto hizo que muchos de los que miran con condescendencia al cantante chileno, desde ese minuto, lo odiaran, lo trataran de desclasado y, obvio, de fascista.
Lo que no se pregunta esa izquierda o ese progresismo es por qué alguno de estos personajes tendría que adherir a una idea en particular o a un gobierno en específico. El éxito de estos músicos no está relacionado al Estado ni a una mirada universalista de la sociedad. No son ni serán la banda sonora de ninguna campaña presidencial, ni menos pertenecen a un mundo cultural y político en donde todos se conocen entre todos y en donde los hijos políticos se pelean con sus padres para dejar en claro quién es más progresista o da más garantía de gobernabilidad. No tienen amigos en el gobierno, ni tampoco piensan tenerlos. Ellos piensan en sus familias y en mantenerlas. Es el único grupo de pertenencia, junto a sus amigos, que tienen.
Debido a esto, es lógico que no cumplan con todo tipo de exigencia paternalista de parte de quienes quieren clasificarlos en un lugar. Su origen no es romantizable ni menos épico. No creen en los discursos bellos de democracia e igualdad, porque han vivido en carne propia que eso no existe y que la única manera de llegar a algún lado es mediante el mercado. Así lo han hecho.
Si miramos esto desde una perspectiva marxista, podríamos identificar un antagonismo de clases; pero, claro está, sin todas las condiciones que Marx, en pleno siglo XIX, ponía para que este se desarrollara (es decir, sin proletarios ni burgueses clásicos). Acá hay otro tipo de oposición; otro tipo de conciencia de clase, que no pretende modificar ninguna estructura, emancipar a nadie.
Este antagonismo trasciende a lo que se pueda pensar ideológicamente. Porque, por más que el gobierno chileno diga reivindicar las luchas sociales de los pobres y en contra de todo tipo de espacio donde haya desigualdades, para ellos, los cantantes urbanos, son sólo tipos abc1 que pelean entre ellos.
Parece necesario entender a este nuevo Chile donde el sujeto popular no es aquel que busca la protección de nada, sino salvarse a él y sus pares. En los lugares en los que crecieron quienes hoy llevan la batuta musical y comercial chilena no hay espacio para sensibilidades, para identidades, ni para pelear por reivindicaciones de género ni de minorías sexuales.
Ellos conocen la crudeza social mejor que nadie, porque no la leyeron en papers, sino que la padecieron y la superaron gracias a las herramientas que tuvieron a mano, que no fueron planes públicos necesariamente. Por lo mismo, su manera de mostrarse no es con discursos, con manifiestos ni consignas aprendidas, sino sólo plasmando en sus canciones todo aquello que han logrado solos, sin nadie más que los suyos.