miércoles, septiembre 18, 2024

Hablar de unidad en serio

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Debemos buscar articulaciones con el fin de volver más unitaria y eficaz la lucha contra las fuerzas antidemocráticas, las mismas que hoy buscan criminalizar la protesta y defender sus privilegios. ¿Eso supone terminar con nuestras coaliciones e identidades? ¿Soslayar diferencias y debates? Para nada, pero en esa realidad, apostar por una estrategia político, programática y electoral que garantice mayorías, debe ser una tarea ineludible.

No sé ustedes, pero yo estoy preocupada, y mucho. En 16 meses en Chile están en juego demasiadas cosas: elecciones históricas y determinantes como el plebiscito sobre una nueva constitución, las elecciones de delegadas/os constituyentes, de gobernadoras/es regionales, municipales, parlamentarias y presidenciales. Se vienen meses decisivos.

Lo enfrentaremos, además, atravesando una crisis económica de una enorme magnitud, que golpea las calidad de vida de las clases medias y populares, con un profundo retroceso en la garantía de los derechos humanos y sociales, y esto, acompañado de una radical crisis institucional, y también, una mirada escéptica sobre lo que la política puede hacer por las y los ciudadanos. Los desafíos son enormes y el carácter de este proceso histórico, donde se juega el cuánto seremos capaces de mover o no el cerco entre un modelo democrático, participativo, descentralizado y garante de derechos versus un modelo autoritario, oligárquico, monopólico y de derechos mercantilizados se encuentra en curso.

El estado de ánimo social demanda cambios sustantivos. Así lo han demostrado los procesos de movilización de octubre del 2019 y de solidaridad desde abril de este año. Ahora bien, sería ingenuo pensar que esta mayoría cultural se traducirá mecánicamente en una mayoría electoral; sin duda, atravesamos una coyuntura prometedora para transformar nuestras instituciones, sin embargo, el resultado de esta coyuntura aún es incierto y su resolución dependerá de lo que los distintos actores decidamos. Vale recordar que después de las movilizaciones de mayo del 68 en Francia o del movimiento de los indignados en la España de 2011, quienes ganaron las elecciones fueron las fuerzas conservadoras.     

Lo importante es que ante la definición entre el apruebo y el rechazo que marcará el plebiscito constituyente, el discurso de la derecha de que “la Constitución no importa” ha quedado contradicho por la invocación permanente de inconstitucionalidad de proyectos que protegen a la gente. El debate del postnatal, de la suspensión de corte de los servicios básicos y el retiro del 10% de los fondos de las AFP son los mejores ejemplos. Los conservadores han sufrido una importante derrota cultural. El juego de máscaras, que daba sentido a la narrativa de la derecha, donde iniciativas abiertamente antimayoritarias, y perpetuadoras de la desigualdad eran presentadas como decisiones técnicas o naturales, se ha desmitificado. Lo que nos decían que eran decisiones neutrales e inevitables, hoy son claras posiciones políticas arbitrarias y vaciada de empatía y sentido común. 

Ante esta oportunidad, si bien hay varios elementos que articular para salir victoriosos, hay uno que considero clave: la unidad de las fuerzas transformadoras. Y hay que empezar a hablar de ella en serio. ¿Se imaginan la tremenda deuda y fracaso histórico si las fuerzas ciudadanas y progresistas no logramos mayorías en las municipales? ¿Si es que los 2/3 en la constituyente los logra la derecha y los conservadores? ¿Si en las Gobernaciones- tan importantes para el proceso de descentralización- en las principales regiones las ganan las fuerzas del actual gobierno? Y peor, ¿si en noviembre, cuál victorioso fascismo social, triunfa Joaquín Lavín en las elecciones presidenciales? Todo esto puede pasar, y necesitamos que se trabaje arduamente para que así no sea.

Es necesario construir un involucramiento crítico y mayoritario en las instituciones, y salir a disputar democráticamente las mismas, asegurando la eficacia de nuestras apuestas en el terreno electoral. Las protestas y la conciencia crítica deben, para desafiar al orden de las élites, involucrarse en instituciones claves. Y hoy, ninguna fuerza política puede enfrentar en solitario, de manera autosuficiente y a punta de voluntarismo, estos desafíos. Pudiera llegar a suceder que logrando una mayoría electoral, pero que producto del diseño de los pactos y la dispersión de nuestros votos, no logremos una representación efectiva e incidente. 

Debemos ser capaces de articular una mayoría político-social por los cambios, considerando las distintas familias e intensidades de este espacio, y debemos ser capaces de articular las luchas por un Estado social y democrático de derechos pasando así del repliegue a la ofensiva. Existe una urgencia, debemos unirnos para salvaguardar el campo político de la democracia y los derechos.

La unidad debe partir abordando la necesaria profundización de nuestra democracia, un nuevo equilibrio entre los principios del mercado, del Estado y de la comunidad que básicamente son los que regulan nuestra vida en sociedad y que, se han pervertido por el neoliberalismo. La agenda que se ha propuesto desde gran parte de la oposición para ir enfrentando la pandemia, es el mejor inicio y verificación de acuerdos para avanzar en ello.

Pienso que una sabiduría pragmática que sepa distinguir entre el corto y el largo plazo, pero manteniéndolos en el debate, puede ayudar a resolver parte de la tensión de los procesos de unidad. Debemos despolarizar nuestras diferencias políticas si queremos llegar a tener un destino común, y por sobre todo, debemos dejar las prácticas mezquinas, del cálculo pequeño para la acumulación de fuerzas electorales personales. El desafío es demasiado grande, como para terminar privilegiando los avances de pequeños grupos, cuando acá está en juego el avance o retroceso de las condiciones de vida de millones.

Debemos buscar articulaciones con el fin de volver más unitaria y eficaz la lucha contra las fuerzas antidemocráticas, las mismas que hoy buscan criminalizar la protesta y defender sus privilegios. ¿Eso supone terminar con nuestras coaliciones e identidades? ¿Soslayar diferencias y debates? Para nada, pero en esa realidad, apostar por una estrategia político, programática y electoral que garantice mayorías, debe ser una tarea ineludible. Porque algo que las izquierdas y centroizquierdas debiéramos saber, es que es posible colaborar mientras competimos, y que la competencia tiene un límite y ese límite, es el poner en riesgo las garantías económicas, sociales y democráticas de las mayorías. La ciudadanía necesita fuerzas que materialicen lo que dicen, y no que se suscriban sólo a debates identitarios. 

Las soluciones políticas de riesgo presuponen liderazgos con visión de largo plazo y capacidad de deliberar. Pero además, no hay unidad sin programa y sin sistemas de consulta y alerta que evalúen regularmente su cumplimiento. La articulación entre fuerzas distintas sólo es posible cuando se comparte la voluntad de no articularse con la derecha y no reproducir políticas de privatización de derechos sociales. Ese es un límite claro hoy, siendo evidente que una fuerza de izquierdas no puede hacer de otra fuerza de izquierdas su principal adversario. Debemos insistir en todo lo que nos une.

Para esto soy explícita: necesitamos acuerdos amplios para enfrentar de manera unitaria los procesos electorales. Candidaturas únicas en los procesos unipersonales y conformación de listas eficientes en las elecciones proporcionales. Acuerdos por omisión y primarias es lo que debiera estar en las carpetas de trabajo de todos los actores que compartimos la energía de profundizar la democracia y garantizar derechos. Es posible, pero hay que ponerse a trabajar desde ya, porque estamos en la cuenta regresiva.

Debemos ser fuerzas más humildes, lo que implica al mismo tiempo, ser más ambiciosas.

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