En una entrevista realizada el 2006, el fallecido expresidente Patricio Aylwin, hacia el final, hace un balance de lo que han sido los, hasta entonces, 16 años de los gobiernos de la Concertación. Si bien sus apreciaciones son positivas respecto al trabajo de su gobierno en materia de Derechos Humanos y la forma en que la coalición ha administrado, hasta ese momento, el asunto económico, pone énfasis en que, aunque su generación aprendió que el mercado es eficiente para generar riqueza, también es necesario que el Estado sea un contrapeso para poder redistribuirla más equitativamente. En esa reflexión, Aylwin parece querer decir que se está al debe, señalando que le parece necesario que “apuremos el tranco”.
En la conversación con la historiadora Patricia Arancibia, el llamado “presidente de la transición” hace descripciones matizadas de varios temas en los que, hasta el día de hoy, se tienen demasiadas certezas y opiniones tajantes. La manera en que desmenuza cada uno de los hechos que le tocó vivir y protagonizar, dista mucho de la caricatura que tanto derecha e izquierda han hecho de él. Su tono firme respecto a ciertas materias sociales, como la defensa de la reforma agraria de Eduardo Frei Montalva y sus diferencias ideológicas con la derecha del país, es diferente a lo que un sector concertacionista, e incluso su misma familia, ha intentado instalar sobre su figura.
Por lo general eso siempre sucede con los personajes históricos: sus reflexiones están por sobre los ánimos que provocan debido a las posiciones que debieron tomar en ciertas circunstancias históricas. Sus miradas de esas circunstancias se alejan bastante de las simplificaciones que hacen y hacemos tanto detractores como admiradores. Y esto se debe a que el arte de la política tiene más recovecos que los discursos ex post.
¿Por qué digo esto? Debido a que creo que estamos en una era política donde el raciocinio se basa en tratar de transformar ciertos momentos históricos en situaciones enteramente admirables o enteramente repudiables. Eso pasa con la transición. Si bien hubo una generación, la que hoy gobierna, que tuvo demasiadas seguridades sobre lo que pensaba sobre ese momento de la historia política chilena (cuestión en la que medios interesados insisten casi como en venganza), también hay otra, que se refugia hoy en los partidos Demócratas y Amarillos, que se nutre de una idealización bastante destemplada del mismo.
Tal vez el ejemplo más evidente hoy en la discusión de las redes sociales y las nuevas plataformas televisivas es un personaje, llamado Gabriel Alemparte, que se jacta de haber sido discípulo de los líderes concertacionistas.
Sin una trayectoria comprobable sobre su rol en la historia reciente del país, Alemparte, quien al parecer trabajó y se codeó con líderes de la centroizquierda, se ha dedicado a dar lecciones al Frente Amplio desde su tribuna como miembro de Demócratas y panelista del programa de Youtube Sin Filtros. Y lo hace con cierto gusto por las cámaras, con una fuerte fascinación por ser escuchado y aplaudido, tratando de mostrar cierta estatura de estadista que, es clarísimo, no tiene.
Es como si estuviera desesperado por recuperar los años perdidos. Como si viera que éste es su tiempo para poder brillar finalmente, luego de haber estado a la sombra de los hombres que escribieron las páginas recientes de ese abultado libro llamado Chile.
Pero los hombres de la política no se construyen así. Las encrucijadas históricas no se resuelven en debates mal formulados ni con simulaciones antojadizas. La seriedad democrática no se escenifica en gritones paneles sin mayor contenido político. Y alguien que realmente vivió el acontecer nacional de los últimos años lo sabe perfectamente. Es cuestión de ver la mencionada entrevista.
Este abogado y proyecto de político parece no saber nada de eso. Pareciera que sus ganas de no quedar entre el montón lo han hecho olvidar lo que debió haber aprendido de los políticos grandes, si es que alguna vez realmente tuvo algo cercano a una relación con ellos. Su idea de la administración concertacionista es simplona, como la de un fanático más que la de un protagonista. Porque, bien o mal, el protagonismo de ciertas decisiones acalla las ideas preconcebidas que todos tenemos de ciertos hechos políticos. Y vaya que las tenemos.
La frustración y el resentimiento son malos consejeros para tratar de construir algo. El oportunismo y la insaciable pretensión de ser más lo que se fue es peligroso para la vida política de un país. Es cuestión de recordar a Pinochet.
Por suerte, con todas las críticas que se puede tener a muchas de sus decisiones- o falta de estas-, quienes comandaron la tímida democracia noventera no tuvieron tiempo para querer ser otra cosa que la que fueron.
Alemparte es un perquin de la Rincon y todos lo sabemos, sugiero no dar tribuna a este lobbista alimenta más sus ganas de figurar.