El robo de computadores al Ministerio de Desarrollo Social, la semana recién pasada, en medio del llamado “caso fundaciones”, ha hecho que varias y variadas preguntas, conjeturas y aseveraciones, surjan al respecto. Como si fueran jueces o adivinos, de una y otra parte, muchos se apresuraron a juzgar o a defender al ministro a cargo, Giorgio Jackson, y suponer intenciones en él o en terceros.
Cuando todo es muy claro para unos y otros, entonces hay que comenzar a dudar. Algunas veces las respuestas no son tan fáciles, y otras la evidencia no es tan evidente. Arriesgarse en una conclusión demasiado simple sólo sirve para hacer puntos políticos que terminan desvaneciéndose cuando se realizan muy rápidamente.
Habría que ser muy estúpido para hacerse un autorobo de manera tan visible. Si hay, como suponen ciertos expertos en confabulaciones, una acción premeditada de parte del ministro, lo cierto es que su torpeza ya no sería solamente un asunto circunstancial, sino más profundo, y ese supuesto maquiavelismo que algunos le atribuyen sería una mala versión millennial del ejercicio de la política.
Pero, por más que Jackson aparezca para algunos como la encarnación del mal, al nivel de ser lo estúpidamente genial como para hacer esto, su poder en política estuvo circunscrito a la formación de un partido y el camino de un intento de conglomerado para tener incidencia en el debate político y llegar a La Moneda antes de lo que muchos-incluso ellos mismos- creyeron. Lo que no es poco, sobre todo con los grados de dispersión ideológica que existen en la actualidad. Sin embargo, ese poder se ha ido apagando al momento de enfrentar el ejercicio público desde el Ejecutivo, primero porque la diferencia entre ser opositor y ser actor es enorme, y segundo porque en su esfuerzo por construir el Frente Amplio, debió hacer el trabajo que toda construcción de esta índole trae consigo. Y eso, a pesar de su juventud, pasa la cuenta.
Todo lo que en un momento fue virtuoso, hoy, en medio del calor de la ejecución, ha ido acorralando al ministro y lo ha transformado en un sombra callada, seria, con temor a hablar, a decir algo lo suficientemente arriesgado. Y en torno a él en vez de aliados hay gente atenta para poder inhabilitarlo y desacreditarlo.
Su comportamiento, digámoslo, no ha colaborado mucho con su imagen. Llamados torpes a periodistas con exceso de imaginación y mala relación con ciertos mundos de la vieja Concertación, han hecho que su figura genere polémica y discrepancias no sólo en una oposición hiperventilada, sino también en el mismo oficialismo, donde ya no se sabe qué hacer con él.
Por lo tanto, hay que preguntarse si es que ese debilitamiento puede dar pie para siquiera pensar, aunque sea en medio de la desesperación, hacer una jugada tan arriesgadamente idiota, más aún en medio de un escenario en el que todo lo que suceda en esa cartera será, de inmediato, achacado a su persona. No es claro.
Lo que sí lo es, es que Jackson es hoy un gran problema, ya sea por lo expuesto o por la exageración de quienes en medios siempre andan buscando a villanos que le agreguen pimienta al relato polìtico (la dictadura los tuvo, la transición también, entonces era imposible que en este periodo de la historia, que aún no tiene nombre, no creara su propia mente siniestra), por lo que su permanencia no sólo sirve al adversario para tener alguien a quien culpar de todo, sino también enreda al gobierno en un cuento de no acabar sobre las redes del poder del ministro, que debe salir de La Moneda.
¿Qué aconsejaría el pragmatismo? Que renunciara. Que diera su brazo a torcer en materia mediática, que no es, como debe creerlo él y muchos de sus cercanos, una derrota. Por el contrario, la virtud del buen político es evitar derrotas evidentes y saber cuándo su figura interfiere en algo que es mayor que él-si es que lo cree- para así colaborar con su ausencia.
Los imprescindibles en política no existen. Sólo existen los conocedores de la política y los que hacen como si la conocieran. Aunque hoy esté muy venida a menos su figura por su controversial rol en la Unidad Popular, el socialista Carlos Altamirano era un gran conocedor de este arte. Por eso sabía que la única manera de pelear con Pinochet y derrotarlo democráticamente era sin él en el medio.Sabía que lo único imprescindible de ese momento histórico era su ausencia. Esperemos que Jackson tenga la misma visión.