Miércoles, Abril 17, 2024

Encuestas: Una mínima nota crítica

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Las encuestas, que se multiplican como hongos, no vienen a reflejar nada, sino a instaurar. Son, por tanto, el dispositivo espectacular de la realidad y, en este preciso sentido, hacen política. Si Kast, finalmente sale elegido presidente, no será porque las encuestas “reflejaron” su tendencia, sino porque impulsaron su candidatura y midieron sobre la misma tendencia que produjeron desde los diversos think tanks y agencias.


         

Habitualmente estamos acostumbrados a pensar que las encuestas son parte del terreno de las ciencias sociales. Como tales, serían “instrumentos” que vendrían a “reflejar” la realidad de una determinada población. Presuponemos que esa “realidad” es exterior y está simplemente ahí frente a nosotros que la medimos y examinamos. Sin embargo, el actual festival de encuestas –sobre todo CADEM que, en las últimas elecciones, nos ha iluminado por sus cifras siempre equivocadas- denota una transfiguración del dispositivo encuesta que le hace abandonar su pretensión de “instrumento” de medición y le sitúa como un dispositivo de producción.

Nada “refleja” la encuesta sino la misma tendencia que ella ha instalado, que mediáticamente ha manufacturado. En este sentido, las encuestas no pesquisan simplemente la “realidad”, sino que la producen, no “reflejan” tendencias, sino que las condicionan. Como un mecanismo más, al interior de una trama múltiple de ellos, las encuestas posicionan candidatos, instalan tendencias, manufacturan la realidad. Condicionan la realidad política.

Se podrá esgrimir transparencia metodológica, rigurosidad científica –asunto importante, por cierto-, pero desde que Guy Debord escribió La Sociedad del Espectáculo que constata el modo en que el régimen más avanzado de la mercancía coincide con el devenir de la imagen, el proceso que vivimos se caracteriza por el triunfo del espectáculo mediático y su forma más decisiva: el simulacro. Cultura y simulacro de Jean Baudrillard complementa los trabajos de Debord y especifica el modo en que la “realidad”, tal como la conocíamos desde las concepciones objetivistas del mundo, ha dado paso a convertirse en “simulacro”, es decir, un mecanismo que no presupone la realidad, sino que la produce. No habrá un afuera del simulacro, pero por eso mismo, este nunca puede ser completamente contrastable, ni verificable con alguna realidad “externa”. Todo parece terminar en un “verosímil” que siempre parece naufragar más allá de la verdad y la mentira, de lo correcto o lo equivocado.

A diferencia de forma objetivista de comprender el mundo, el simulacro lo produce permanentemente, él coincide con el mundo, el mundo ha devenido un simulacro. En esta nueva codificación de lo real, las encuestas, por tanto, se inscriben como parte de dicho simulacro, en la medida que son capaces de producir realidades, de instalar candidaturas, de condicionar situaciones políticas verdaderamente decisivas.

No se trata de la “ideología” ni de “mentira”, puesto que ambos términos presuponen la existencia de la conciencia que contempla la objetividad del mundo que se le presenta por delante. Sea que la realidad haya sido “falseada” en virtud de los intereses de la clase dominante (“ideología”), sea que haya alguien moralmente mentiroso que directa y conscientemente nos ofrece una interpretación falsa de la realidad. Sea en la forma clásica de la ideología o de la mentira, en ambas resulta posible el contraste, la crítica y la restitución de una verdad.

Nada de eso funciona en el simulacro. La propia verdad ha quedado en suspenso porque no la presupone como algo dado, sino que la produce permanentemente, sin que haya algo “detrás” con el que sea posible restituir una verdad, ni menos vanguardia ilustrada alguna capaz de “develarlo”: ¿cómo develar algo si el simulacro no trae nada consigo? El simulacro pertenece al esquivo mundo de la “retórica”, no al de la “lógica”, al discurso de los antiguos sofistas, no al de los filósofos. 

El simulacro no puede jamás rechazar por falso o abrazar por verdadero, sino siempre mantener extraña y singularmente como aquello que excede toda falsedad y toda verdad y que pertenece al terreno de lo probable, de formas con mayor o menor verosimilitud. Por eso, el simulacro no es una “mentira” ni tampoco una “ideología”, sino un montaje, un verosímil. 

En este registro, las encuestas no hay que concebirlas como dispositivos de realidad, sino de simulacro; mecanismos orientados no a “reflejar” la realidad de una población, sino a producirla, impulsarla, promoverla. La noción universal de “realidad” está diluida en motes de lo real. Por eso, las encuestas, que se multiplican como hongos, no vienen a reflejar nada, sino a instaurar. Son, por tanto, el dispositivo espectacular de la realidad y, en este preciso sentido, hacen política. Si Kast, finalmente sale elegido presidente, no será porque las encuestas “reflejaron” su tendencia, sino porque impulsaron su candidatura y midieron sobre la misma tendencia que produjeron desde los diversos think tanks y agencias. Juez y parte, las encuestas operan soberanamente, deciden sobre la excepción mediática y producen la realidad que ellas mismas van a medir. Pero si pierde, ello significo que los efectos discursivos del simulacro fueron desactivados desde el 18 de Octubre y aún no han sido restituidos.

Rodrigo Karmy
Rodrigo Karmy
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad de Chile.

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