El momento revolucionario en curso está constituyendo formas de subjetividad diferentes a las que impuso la razón neoliberal: el emprendedor puede devenir revolucionario sin contradicción. De ahí la confusión en los “expertos” y columnistas dominicales: ¿se trata de subjetividades neoliberales frustradas por no poder tener acceso al consumo? Más bien se trata de otros devenires subjetivos posibilitados porque la imaginación popular ha hecho saltar en pedazos los dispositivos que la separaban de los cuerpos.
Hace dos años escribí un pequeño texto titulado “El momento destituyente” que refería al modo en que había irrumpido la revuelta de Octubre el año 2019 con el efecto inmediato de haber llevado a todo el régimen político chileno a su revocación. El asalto parlamentario del 15 de Noviembre del 2019, el crudo desenvolvimiento de la pandemia del COVID 19 y, finalmente, la electoralización del proceso constituyente después del plebiscito del 25 de Octubre de 2020 han implicado cambios tácticos, repliegues y formas de acción diversas a las de los primeros meses. En cada momento los agoreros anuncian que la revuelta se “acabó” y el poder cree volver a descansar en paz.
Pero, en los hechos, cualquier mínimo acto, cualquier detalle, una leve y desconocida escena con algún desconocido personaje (un verdulero, un malabarista, etc.), puede suscitar lo que aún no deja de acontecer: el asesinato de Francisco Martínez (el malabarista) a plena luz del día o el extraño “suicidio” un par de días más tarde de Camilo Miyaki en la comisaría de Pedro Aguirre Cerda han desatado nuevas olas de sublevación en pleno mes de Febrero. Panguipulli ardió (más de 10 edificios públicos) mientras el Presidente estaba de vacaciones y el Congreso intenta suspender el receso de vacaciones para discutir medidas urgentes orientadas a controlar a la policía, sin lograrlo por falta de votos.
El momento destituyente del 25 de Octubre de 2019 –una de las grandes marchas en Plaza Dignidad- nos lanzó a una situación específica e inmediatamente global: la guerra civil mundial que siempre parece sorprender cada vez que deja ver la libre circulación de sus formas-de-vida, gesto que se exponen violentos al orden y que no dejan de interrumpir sus lógicas. Como los egipcios en el 2011, los chilenos llamaron “dignidad” a esa “forma-de-vida”.
Chile se une así a la proliferación planetaria de la guerra civil en curso cuyo acento deviene local y mundial a la vez, porque, si bien tiene características propias en cada pueblo o lugar, no deja de responder a una apuesta universal: la posibilidad de la libre circulación de las formas-de-vida contra el poder militar-financiero global, la irreductibilidad de las vidas frente a los múltiples dispositivos de separación que no dejan de operar; revolución “molecular” si se quiere, que impugna al Capitalismo Mundial Integrado (Deleuze-Guattari), a la “Sociedad del espectáculo” (Debord), al devenir de la “Cibernética” como dispositivo capilar de separación (Tiqqun) o, si se quiere, al “desmantelamiento de lo social” (Brown) producido por las políticas de la “razón neoliberal” (Dardot-Lavall). En cualquier caso, se trata siempre de una impugnación generalizada a las formas que ha asumido el poder contemporáneo que no dejan de aplastar la vida precarizándola, separándola de sus propios modos, al punto que ésta solo puede decir: “I can´t breathe” –mientras un policía asfixia a George Floyd.
En todos estos episodios, asistimos, pues, aquí y allá, con mayor o menor intensificación a un momento revolucionario. Poblamos el vórtice de una revolución en curso que, por ahora, no se parece en nada a las formas modernas de la misma, orientadas a la “toma del poder del Estado” y a la configuración de una vanguardia precisa con un rostro espectacular sobre el que se afirmaba su liderazgo. ¿Tendremos una revolución sin revolucionarios –como diría Asef Bayat[1]– o revolucionarios –en la configuración de una nueva subjetividad- sin aún tener una revolución –como diría el texto Onward Barbarians[2]?
Sin embargo, parte de la respuesta a estas preguntas, tiene que ver con el modo en que comprendamos la noción de “revolución” y de qué modo podemos pensarla sin un conflicto central, sin vanguardia ni la vocación estatalista que las condicionó en la modernidad. Una revolución destituyente que estalla en una miríada de revueltas anudadas entre sí, que no dejan de crecer, proliferar, abrazarse entre sí. Y cuyas revueltas no dejan de surgir a propósito de algún martiriologio –tal como el de Bouazizi en Túnez, el de Floyd en EEUU o el reciente asesinato de Francisco Martínez en la localidad de Panguipulli.
Momento revolucionario que en Chile puede asumir varias formas, entre ellas, sin duda la del proceso constituyente cuyas fuerzas anti-neoliberales estarán conminadas a hacer de la “electoralización” constituyente y de la elección presidencial parte del juego táctico de esta revolución; entendiendo que ella no puede agotarse en el proceso constituyente, sino que éste último ha de entenderse como una parte clave –pero no “central”- del momento revolucionario.
En este punto, la situación chilena plantea la posibilidad de replantear enteramente el ordenamiento del poder en la sociedad que implica una transformación del Estado chileno en tres aspectos clave: a) destitución de la policía, tal como se ha entendido históricamente desde la que se fundó “profesionalmente” en 1927 (Ibañez del Campo), en su carácter aristocrático, así como de la estructura clasista e históricamente deliberante que ésta comparte con las Fuerzas Armadas (Ejército, Fuerza Aérea y Naval) y b) una renacionalización de los bienes comunes (el cobre, el agua, el litio, etc.) que potencie a las miles de “pymes” existentes en el país protegiéndolas de la depredación de las grandes corporaciones y su oligarquía financiera. Armas y capital, de la guerra y la economía, de eso se trata la revolución en curso. Y c) gracias a lo anterior, podremos concebir la salud, pensiones y educación como lugares de “uso común” y nunca más como “bienes de consumo”.
Insisto: el proceso constituyente que vivimos es un momento importante pero no agota al momento revolucionario que estamos experimentando a nivel nacional y mundial. El momento revolucionario deviene a todo nivel y transforma diferentes campos que parecían inmunes: desde los niveles capilares –las relaciones de cada uno con los cuerpos y afectos- hasta las grandes estructuras que, en el fondo, dependen de los primeros niveles y nuestras más precarias formas de sensibilidad.
Acaso, podríamos atisbar que el momento revolucionario en curso está constituyendo formas de subjetividad diferentes a las que impuso la razón neoliberal: el emprendedor puede devenir revolucionario sin contradicción. De ahí la confusión en los “expertos” y columnistas dominicales: ¿se trata de subjetividades neoliberales frustradas por no poder tener acceso al consumo? Más bien se trata de otros devenires subjetivos posibilitados porque la imaginación popular ha hecho saltar en pedazos los dispositivos que la separaban de los cuerpos.
A diferencia de las ilusiones de cierta modernidad, sabemos que las revoluciones no vienen solas, que no existe una “teleología” que las impulse inexorable y naturalmente, sino que éstas deben ser cultivadas, tal como si fuera un jardín –usando la imagen de Guadalupe Santa Cruz[3]. Porque no hay una dirección necesaria a la que nos dirigimos es que también el fascismo puede ganar la partida quemando nuestro jardín y restituir la hacienda que hoy está en peligro. Por eso, nuestro momento revolucionario ha de ser cultivado todos los días –no pastoreado- entre los nuevos condenados de la tierra aferrados al jardín que nos atraviesa y al que hemos comenzado a poblar con la multiplicidad de nuestras forma-de-vida.
El objetivo inmediato del momento revolucionario ha de ser la destitución de la oligarquía militar-financiera que representa Piñera y su gobierno; y comenzar a cultivar un país que fue detenido y desaparecido desde el golpe de Estado de 1973. El momento revolucionario está aquí. Pero no se mueve solo, sino que es nuestro jardín al que debemos regarle todos los días. Cultivarlo, no pastorearlo porque el pastorado –como estructura del poder neoliberal- ha devenido nuestro enemigo. Y quizás, este momento –cuyas sublevaciones se intensifican día tras día en diversas partes del planeta- sea el de un nuevo tipo de revolución o revoluciones que irrumpen singularmente con sus potencias destituyentes que, sin embargo, hacen crecer formas de democracia que no solo no se dejan capturar por el devenir del capital y sus dispositivos de separación, sino que incluso, pueden llegar a plantear su completa revocación.
[1] Asef Bayat Revolution without revolutionaries. Making sense the arab spring. Ed. Stanford University Press, 2017.
[2] https://endnotes.org.uk/other_texts/en/endnotes-onward-barbarians
[3] Guadalupe Santa Cruz Esta Parcela Ed. Andros, Santiago de Chile, 2015.