lunes, noviembre 4, 2024

Ecología, Antropoceno y política

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Es el año 1967 en Pekín, la Revolución Cultural ha triunfado. El modelo económico productivista ha transformado en astillas bosques enteros, la búsqueda de la militancia perfecta ha destruido la política. En un campo de reeducación y castigo, Ye Wenjie, acusada de disidencia al régimen, lee en secreto Primavera silenciosa de Rachel Carson. Contra el Libro Rojo de Mao, Primavera silenciosa le permite pensar que todo acto bueno genera su doble inverso.

El Libro Rojo es desarrollo, tecnología y devastación del planeta, Primavera silenciosa es la denuncia del daño que producen los pesticidas en la agricultura y el inicio de un nuevo tipo de militancia ecológica[2]. Así comienza la distopía El problema de los tres cuerpos, del escritor chino Cixin Liu[3]. El supuesto de este desplazamiento y sustitución de la política por la ecología ocurre, sin embargo, mucho antes. En 1866 el naturalista alemán Ernst Haeckel acuña la palabra ecología como una economía de la vida orgánica situada en una densa red de relaciones de interdependencia y de afectaciones múltiples.

El signo que define al Antropoceno es una ecología, no una política. Hay quienes leen este signo definitorio como la necesidad de abandonar las líneas centrales del relato marxista. En Frente a lo planetario. Humanismo entrelazado y política del enjambre, William E. Connolly crea una línea imaginaria que anuda los análisis políticos de Jean Jacques Rousseau, la crítica al capital de Karl Marx, el concepto negativo de libertad de Isaiah Berlin y la economía política de libre mercado de Friedrich von Hayek. Esta audacia teórica le permite a Connolly afirmar que lo común a tales posiciones es el “sociocentrismo”, esto es, la tendencia a explicar procesos sociales a partir de otros procesos sociales[4].

El sociocentrismo privilegia de manera máxima a los individuos otorgándoles acción y voluntad. Es importante indicar que incluso cuando las posiciones sociocéntricas puedan advertir que el capitalismo produce desastre ignora la gran cantidad de amplificadores no humanos auto-organizados que operan al interior de los procesos cíclicos del planeta[5].

El problema es el capitalismo, pero la temporalidad del planeta y sus ciclos lo exceden y no necesariamente tienen relación con los sujetos, ni con sus políticas, tampoco con sus temores. Incluso importantes cambios pueden ser beneficiosos, se atreve a señalar Connolly: “A menudo también un cambio dramático en un sistema móvil (digamos, por ejemplo, la extinción masiva que hace 250 millones de años barrió del planeta el 90% de las formas de vida) desencadena nuevos modos de auto-organización en otros seres, alterando el ritmo y la dirección de la evolución de las especies”[6].

No hay de qué preocuparse, entonces, puesto que todo acto en las infinitas relaciones en las que está entretejido termina por ser provechoso en una temporalidad cuya escala no es humana. Esta conclusión se acerca bastante a lo que Hannah Arendt llamaba banalidad del mal.   

En Clima y capital, Dipesh Chakrabarty deja fuera de juego la noción de antagonismo de la teoría marxista. El Antropoceno en su definición es la expansión de la huella ecológica de toda la humanidad y por lo tanto no es dable trazar la distinción entre pobres y ricos, ni entre explotados y explotadores: “el concepto de ‘Antropoceno’ se refiere más a los cambios (mayoritariamente propiciados por humanos) en el Sistema Tierra como un todo, y menos a la responsabilidad moral de los humanos (o de algunos humanos) en haberlo provocado”[7].

Habría que advertir que la formulación del problema del Antropoceno descrita entre pobres y ricos configura una nueva escena oligárquica planteada ahora en términos planetarios.

Volviendo desde otro costado al problema de los dos libros, el rojo y el verde, Anna L. Tsing en La seta del fin del mundo narra un paisaje postapocalíptico, su narración no es ciencia ficción es la sobrevivencia del planeta luego de la bomba atómica, la precariedad laboral en curso y las ruinas del capitalismo[8]. A pesar del desastre, la vida persiste como en las setas Matsutake y la economía mínima y fragmentaria que recrean. Aquí nuevamente se desplaza la lucha política y los antagonismos por un optimismo resiliente.

¿Modos de sobrevivir en el desastre? Ensamblar tiempos, sujetos, territorios y paisajes de formas inesperadas para el capital; organizar redes a la manera de enjambres multiplicando sitios de intervención; pensar el espacio de acción desde la más extenso a lo más reducido y poder alterar esas escalas dependiendo de las necesidades de la intervención. Si bien estas formas de descentrar la política son urgentes, no es menos urgente visibilizar los agentes de la acumulación depredadora del capital, las lógicas neocoloniales que vuelven con inusitada fuerza, la reformulación del patriarcado, el racismo explícito debido a la migración, los conflictos de clase.

Al suprimir todo antagonismo en el relato del libro verde se vuelve precisamente a la ficción que se dice desplazar, esto es, a una humanidad compacta, reconciliada y sin fisuras. Habría que recordar que una ecología es un lugar, una red interdependiente de relaciones de los seres entre sí y con el medio, nada dice esta definición de la ausencia total de antagonismos.       


[1] Doctora en Filosofía, Profesora titular del departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación.

[2] Rachel Carson, Primavera silenciosa, Madrid, Crítica, 2023.

[3] Cixin Liu, El problema de los tres cuerpos, trad. Javier Altayó, Penguin Random House Grupo Editorial, 2016.

[4] William E. Connolly, Frente a lo planetario. Humanismo entrelazado y política enjambre, trad. Lucas Mertehikian y Santiago Armando, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editores, 2023.

[5] Ibid., p. 276.

[6] Ibid., 218

[7] Dipesh Chakrabarty, Clima y capital. La vida bajo el antropoceno, Santiago, Mimesis ediciones, 2021, p. 129.

[8] Anna L. Tsing, La seta del fin del mundo, Madrid, Capitán Swing, 2021.

Alejandra Castillo
Alejandra Castillo
Filósofa feminista.

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