¿Qué explicación tiene que una señora trabajadora de una comuna de Santiago no pueda salir de la Región para ver a sus familiares en los únicos días libres y feriados que tiene, pero un profesional con plata sí pueda llegar al aeropuerto para salir a recorrer el mundo, y pasar el año nuevo en los principales centros turísticos del mundo si quiere? ¿Qué debe pensar esa señora cuando ve por televisión que la persona responsable de traer la nueva cepa británica a Chile, pudo visitar Dubai, Londres y Madrid, e ingresar al país con menos problemas que los que tendría ella para ir a Valparaíso, Talca o Copiapó?
Hace una semana, la subsecretaria Paula Daza defendía en televisión la decisión de no cerrar el aeropuerto, pese al sostenido aumento de los contagios de Covid en Chile, y la declarada preocupación ante el posible ingreso de una nueva cepa del virus al país. “A lo mejor yo soy burro, no puedo entender por qué todavía tenemos abierto el aeropuerto, cuál es la necesidad”, preguntó el periodista Gonzalo Ramírez.
Apurada, la autoridad sanitaria argumentó que “hay muchas situaciones particulares de relaciones familiares de otros países que no podían verse. A mí me escribían todos los días personas con familiares afuera que no podían verse”. Una semana después, se concretaba el temor de Ramírez, menospreciado en vivo por Paula Daza, quien privilegió la necesidad de las personas que le escribían para ver a su familiares. “Con las condiciones actuales de libre tránsito, era de esperarse la aparición de la variante de COVID en otros países, tales como Chile”, comentó el Colegio Médico este martes, describiendo a la perfección el escenario que ha permitido la llegada de la cepa británica a Chile, el primer país de Sudamérica.
En los hechos, con esta cuestionable actuación, el gobierno no hace más que acentuar la desconfianza de la ciudadanía ante el tratamiento de una emergencia que muestra evidentes diferencias de criterio, en beneficio de unos y en desmedro de otros.
¿Qué explicación tiene que una señora trabajadora de una comuna de Santiago no pueda salir de la Región para ver a sus familiares en los únicos días libres y feriados que tiene, pero un profesional con plata sí pueda llegar al aeropuerto para salir a recorrer el mundo, y pasar el año nuevo en los principales centros turísticos del mundo si quiere? ¿Qué debe pensar esa señora cuando ve por televisión que la persona responsable de traer la nueva cepa británica a Chile, pudo visitar Dubai, Londres y Madrid, e ingresar al país con menos problemas que los que tendría ella para ir a Valparaíso, Talca o Copiapó? Son las interrogantes con escasa respuesta lógica que llevan al descrédito de una autoridad que se muestra más preocupada de los intereses afectivos de quienes pueden viajar al extranjero, que de dar razones fundadas a quienes no tienen suficiente dinero y ya no pueden creer más.
Es el mismo descrédito que crece en un joven trabajador de gimnasio, por ejemplo, que no logra entender aún la lógica detrás de no permitirle trabajar, por medida sanitaria, pero sí tolerar las aglomeraciones altamente riesgosas que hemos visto las últimas semanas en los malls.
O pensemos en un probable hermano de ese profesor de educación física que no puede trabajar desde hace meses. Pensemos en un trabajador del teatro, que tampoco logra comprender cómo va a ser más peligroso hacer un espectáculo para treinta personas que el atochamiento extremo en el retail. A ellos, ejemplos que podrían hablar por todo un país, se les hace imposible distinguir si el arribo de la nueva cepa, con una subsecretaria mostrando un papel para agilizar el rastreo de otros posibles infectados, se trata de una comedia o una tragedia del gobierno que tanto recalca que se venía preparando desde enero.
Conocido ya el arribo de la cepa al país, la subsecretaria Daza reconoció que “estamos en proceso de aprendizaje”, a modo de defensa al ser consultada de por qué no se cierran las fronteras para países europeos, como lo han hecho otras naciones. Un aprendizaje en el que han quedado en evidencia diferencias de trato que no han podido explicar con razones, a lo menos, creíbles. Un aprendizaje en que sigue siendo más fácil la movilización y despliegue de quien tiene más dinero y, en definitiva, poder.
Un aprendizaje en el que es más fácil viajar a Miami que a Valparaíso, en el que no puedo pisar la calle a las diez de la noche, no puedo abrir mi bar hasta las doce, pero sí viajar a Dubai si da mi billetera. Un aprendizaje con más atención en la puesta en escena para que se luzca el Presidente en las posturas de vacunas, que en el cuidado para evitar que la pandemia llegue a la Antártica chilena. Un mar de dudas que alimentan la irremediable desconfianza en los últimos días del año más difícil.