Hay que recordar, una y otra vez, que Jaime Mañalich era solo forma, solo gestos duros y poca capacidad para entender cuál era su tarea a cargo de una crisis de tamañas dimensiones; su mirada “técnica” y no política fue la que ha hecho que estemos navegando en un barco sin rumbo cierto, hundidos en la incertidumbre más total, por haber querido ser más de lo que se era, por no haber tenido conciencia del Estado y el país en el que se vive, y por haberle faltado el respeto al aparato estatal al mirarlo desde la soberbia de los que no lo entienden.
De repente Jaime Mañalich se convirtió en un héroe para ciertas personas; su salida del cargo de ministro de Salud fue saludada casi como un acto de heroísmo, bondad, de parte de quien, según creen algunos, tenía demasiadas capacidades para ejercer su cargo. Incluso, personeros de Libertad y Desarrollo sacaron cartas aplaudiendo una labor que hoy nos tiene entre los países con más infectados del continente.
Y es que en el oficialismo se hace poco usual esto de perder o reconocer alguna derrota. Aunque los datos evidencien un fracaso estruendoso que ha puesto en riesgo la vida de miles de chilenos, en esos lugares siguen creyendo que el problema está afuera, en la supuesta maldad de oposición a la que le dan más fuerza de la que realmente tiene. Todo esto con tal de no ver lo que está ahí, clarísimo en la diaria realidad nacional.
Pero no ha sido solo la derecha más dogmática la que ha salido en defensa del exministro. Con tal de buscar una cierta “mesura” en el debate, el entrevistador de personajes a encargo de Icare, Cristián Warnken, también escribió un texto en el que le agradecía al saliente titular de Salud su labor, recurriendo a supuestas virtudes personales con tal de invisibilizar la catástrofe sanitaria que encabezó. Llegó a tal nivel su poco decoro, que comparó al médico con Gabriela Mistral y el nulo reconocimiento que tuvo la afamada poeta en este, su país.
Obviamente, la administración piñerista y la derecha en pleno se sirvió de esta caricia comunicacional realizada por Warnken. Sobre todo fue la derecha dura, o más gritona si somos más realistas, la que convirtió al personaje en cuestión en una especie de mártir de un gobierno que, según creen, lo soltó del brazo para darle en el gusto a esa supuestamente poderosa izquierda que habría ganado el gallito.
Para ellos, los que son más bien críticos de la “blandura” con que La Moneda ha tratado su relación con la oposición, el haber soltado a este supuesto hombre duro es la entrega total, el gran delito político de quienes nos gobiernan, sin mirar todos los errores que han sido transmitidos por televisión en vivo y en directo, poniendo énfasis en una “patria” que está siendo masacrada no por la salida o no de un ministro, como creen, sino por la espantosa ceguera ideológica de la que hemos observado.
Hay que recordar, una y otra vez, que Jaime Mañalich era solo forma, solo gestos duros y poca capacidad para entender cuál era su tarea a cargo de una crisis de tamañas dimensiones; su mirada “técnica” y no política fue la que ha hecho que estemos navegando en un barco sin rumbo cierto, hundidos en la incertidumbre más total, por haber querido ser más de lo que se era, por no haber tenido conciencia del Estado y el país en el que se vive, y por haberle faltado el respeto al aparato estatal al mirarlo desde la soberbia de los que no lo entienden.
Por esta razón es que quien manejó la crisis sanitaria no merece cartas de apoyo, ni que haya en torno suyo la construcción de un mito, de una leyenda de heroísmo que no dice relación alguna con su nefasta gestión. Como vivimos en un Estado de Derecho en el que-al menos algunos aspiramos a ello- debe haber quienes asuman sus responsabilidades políticas, es que parece necesario que hoy se comience una acusación constitucional en contra de Jaime Mañalich.
Por más que algunos quieran resaltar habilidades personales y la falta de algún órgano vital en su cuerpo-lo que lo haría un personaje más valiente que el resto-, las acciones públicas necesitan tener responsabilidades inmediatas, más aún cuando la ciudadanía ha padecido malas decisiones vestidas de conocimiento epidemiológico.
Estamos pasando por un pésimo momento político e institucional, es cierto; pero si no somos capaces de exigir lo mínimo a quienes ejercen o ejercieron cargos de poder, entonces la idea de que estamos viviendo en una democracia solo se reducirá a bonitos recursos retóricos. Lo democrático necesita ser sustentado con acciones, no con simples lugares comunes.