La película termina y una extraña desazón reina en la atmósfera. El ruido del motor de un auto es la única paz después de un viaje frenético, lujoso, confuso, donde fluyen el dinero y las emociones como un grifo recién destruido, donde lo más sincero son las transacciones, y los actos más simples y banales parecen los únicos auténticos.
“Anora”, la reciente película del director Sean Baker, que viene de las aclamadas “The Florida Project” (2017) y “Red Rocket” (2021), se consagró con esta ganando la Palma de Oro del Festival de Cannes. Aquí nos presenta a Anora Mikheeva, una bailarina de un night club con un carisma, una inteligencia y un magnetismo único: queremos seguirla a donde quiera que vaya.
Pero Anora inicia como alguien que no es. No le gusta que la llamen por su su nombre. Prefiere “Ani”. Sabe hablar ruso, pero prefiere hablar inglés. Y más que amigas, tiene enemigas. Vive en un mundo hostil, incómodo. Su casa queda frente a la línea del tren y trabaja allí donde el cuerpo es mera mercancía. Su vida cambia cuando un joven ruso, mimado y de familia multimillonaria llamado Vanya, que no hace nada más que pasarlo bien alrededor del mundo, llega al nightclub y tras un primer encuentro con buena química, contrata a Anora como escort durante una semana.
La maestría cinematográfica de Sean Baker logra una sensación de inmersión única, con un ritmo trepidante y la complejidad de tener situaciones hilarantes dentro de un contexto tenso. Aquella semana todo es desenfreno, fiesta, sexo descontrolado y rápido, mientras presenciamos que la ilusión de Anora por una mejor vida se convierte en realidad, junto a alguien que, a pesar de comenzar como un cliente, parece gustarle genuinamente.
Sin embargo, todo pende de un hilo. A ojos de la familia de Vanya, ella es una prostituta. Y harán todo lo posible por detenerlos. Allí se abre todo el debate: ¿Qué futuro tiene un vínculo así? ¿Tiene sentido la preocupación de la familia? ¿Es real el amor entre ambos? En una época donde el cuerpo es pura transacción, las preguntas alcanzan bastante contingencia.
Pero la mayor virtud de la película no es abrir ese debate, sino la empatía que nos genera Anora, su componente humano, sus ojos desesperados por un cuento de hadas que se esfuma rápido.
Anora lucha, Anora grita, Anora duda. E inclusive en el peor momento tiene esperanzas. Pero solo ve a un niño mimado al frente. Y sufrimos con Anora. Y no sabemos qué hacer: ¿Debe Anora volver a su antigua vida, o debe insistir? Y si es lo último ¿Cuánto poder tiene para incidir en algo?
Lo exquisito de la película son las señales que de a poco va entregando respecto a los únicos momentos auténticos, que vienen de un personaje que parece un robot, que llega como un “soldado” de la millonaria familia rusa a frenar la relación entre Anora y Vanya, conectando con ella de la forma más inverosímil.
Anora, rota y perdida, nos hace vernos a nosotros mismos, a pensar en las personas que conocemos y nos decepcionan, o sobre nuestra relación interna con el sexo y sus límites morales, y por contra sentir la rabia ante la multimillonaria familia como especímenes sin norte y sin emociones, con un hijo idiota que durante toda la historia pareciera decir: haz lo tuyo Anora, que el sexo es tu trabajo pase lo que pase.
Mientras tanto ella nos revuelve el alma.
ANORA (2 h 19 min)
Dirigida por Sean Baker |
Guion Sean Baker
Reparto Mikey Madison, Yura Borisov, Karren Karagulian
Actualmente en cartelera.