Yuri Pérez. Rubia. Santiago: Emergencia Narrativa, 2023, 132 páginas.
Es momento de hablar de la obra de Yuri Pérez que tiene un largo camino en la escritura. Un autor de bajo perfil que como pocos ha elaborado una estética de primer nivel. Rubia es una historia de amor que demuestra que los límites de un género siempre se pueden correr un poco más.
Es complejo elaborar una historia romántica cuando bien sabemos que el discurso amoroso (el amor romántico que le llaman) ha endulzado el camino de la sumisión de la mujer. Por lo mismo resulta importante lo que realiza Yuri Pérez en su novela Rubia; no solo expone los profundos afectos de una pareja en más de treinta años de convivencia, sino toda una forma de vida desde la más pedestre cotidianeidad hasta su relación con lo sagrado, el amor y la muerte.
Todo indica que el libro tiene un fuerte componente autobiográfico. El narrador nos presenta una historia que comenzó cuando ambos eran niños en los 80 en la ciudad de San Bernardo, rebajada con el tiempo a la categoría de comuna. Este sitio recurrente en la escritura de Pérez marca un origen y un destino, un territorio-aldea que hoy está enfrentado a la decadencia.
Rubia tiene el mérito de no homogenizar a sus personajes, revirtiendo en gran medida los atisbos de supremacía masculina. Cristina o Rubia es una mujer en apariencias simple. Su complejidad está dada por mantenerse siempre firme en sus convicciones religiosas, su fe en la vida después de la muerte, el goce de lo mínimo, y el modo de llevar al narrador, su pareja. El protagonista, de tal modo, aparece voluntariamente entregado a Rubia. Es ella quien, desde su rol con pinta de secundario, logra apoderarse de la historia y de todo aquello que el narrador dice o realiza.
Esa transformación del personaje femenino es uno de los mayores méritos del volumen. Tanto así, que incluso se podría plantear la duda con respecto a quién narra en realidad. El párrafo que abre este libro subrepticiamente nos entrega una importante clave. Nos enfrentamos a una voz que no sabemos a quién corresponde, refiriéndose a un accidente automovilístico donde una mujer es testigo. Solo al cierre del segmento se informa la identidad de la testigo: “Yo soy Cristina Angélica Figueroa Velásquez. Llámame Rubia”. ¿Será ella entonces la narradora global, enmascarada en la voz de su pareja, un poeta fracasado, encargado de llevar el relato?
El gesto de introducir la incertidumbre respecto a quién es el verdadero narrador produce el efecto de conflictuar la asimetría masculino-femenina y la histórica autoridad masculina respecto a la construcción de personajes femeninos. Más aun el recurso pone en evidencia la imposibilidad de poner en escena una voz de mujer definitiva. El hombre solo puede atestiguar, jamás ingresar a la cabeza femenina.
El poeta y Rubia se relacionan y hablan como si fueran dos adolescentes en proceso de conocerse, excluyendo siempre su condición de madre-padre-abuela-abuelo. Dos adolescentes algo parcos, rabiosos con el mundo, que recorren la calles con todo el tiempo del mundo. Esta ruptura con el lugar común del paso del tiempo se convierte en un eje fundamental y muy bien logrado, ya que el relato consigue que sus personajes habiten un tiempo propio, especial, nacido de la propia dinámica de los amantes. Sus conversaciones son constantes y están cargadas de cierta timidez, de una suerte de respeto por las creencias del otro-otra. Lo mejor es que la ausencia de violencia es gravitante en cómo se vinculan ambos personajes, como si entre ellos hubiese un pacto tácito de no agresión. Así logran ir consolidando un estar, un habitar y un acompañarse flexible, suave y profundo. Llevan treinta y cuatro años juntos, se conocieron siendo niños, y de un modo u otro no han dejado de serlo.
Pérez expulsa de su novela de manera excepcional la madurez como parte central de lo que significa ser adulto. De igual modo, saca de su relato lo que puede denominase “experiencia” y con ello nos enfrenta a dos seres que no intentan demostrar sus saberes producto de los años. Por ello lo que podría interpretarse como rutinario se resignifica en un estado permanente de quietud donde solo caben dos. Aunque hay un extra: las madres de cada uno de ellos, en sus respectivas ánforas, ubicadas en un pequeño altar en el living de la casa. Rubia venera las cenizas de las madres y poco a poco va arrastrando a su pareja a la sacralidad del cuerpo muerto.
La prosa de Pérez posee una impresionante calma. Sus palabras tienden a conformar un discurso apacible, resignado. La pasión, un lugar común de lo amoroso, es resignificada en un estado cercano a la beatitud de lo cotidiano. Vidas, de tal manera, sacras, siempre expuestas a la ruptura de la armonía.
Es momento de hablar de la obra de Yuri Pérez que tiene un largo camino en la escritura. Ha publicado poesía y desde hace unos años se dedica a la narrativa, sin perder la impronta lírica. Un autor de bajo perfil que como pocos ha elaborado una estética de primer nivel, donde la morosidad es parte central de una propuesta literaria sobre aquellos seres excluidos socialmente. El tiempo, el estar y el afecto, surgen así, como parte de los pocos bienes que los subordinados poseerían. Sin acudir al cliché, al bolero, al romanticismo, la histeria o el desenfreno, Pérez elabora una historia de amor que demuestra que los límites de un género siempre se pueden correr un poco más.