Romina Pistolas. CARMEN o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa. Santiago: Cuneta, 2024. (1.ª ed. 2022)
Un título como Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa compromete, genera expectativas. El problema es que este libro cumple, pero no precisamente con las supuestas promesas que abre el título. Romina Pistolas, autora de esta novela, elabora una escritura intimista, centrada en sucesivas anécdotas sobre el oficio de stripper por medio de las que expone las crisis afectivas de su protagonista.
Una chica oriunda de Calbuco migra a Australia encandilada por el ideal de una vida primermundista. Esta huida, marcada por el sentimiento constante de no pertenencia, es la manifestación de su deseo de un nuevo comienzo. En ese lugar, Carmen trabaja en oficios menores hasta que ingresa al mundo del stripper, donde gana bastante dinero. Experimenta, además, sucesivos fracasos amorosos, momentos en los que busca refugio en sus compañeras de trabajo. El grupo de stripper se apoya, se aconseja, comparte vivienda, viaja y logran sobrellevar una vida sin la compañía de familiares.
La narración en primera persona de la joven, establece un contrapunto entre el lado de allá (Australia) y el lado de acá (Calbuco). De manera permanente, Carmen, nombre artístico de la protagonista, recuerda su infancia, adolescencia y sus veinte años, cuando tras un quiebre con su primer pololo decide escapar de su pueblo.
En términos literarios, este volumen podría considerarse una bildungsroman. Es decir, una novela de aprendizaje o crecimiento. Esto no implica que por obligación él o la protagonista deban avanzar hacia un camino de santidad, sino solo de autoconocimiento; incluso en esta ocasión, la historia se encarga de afirmar una forma de vida y valores contraculturales. Claramente la vida de Carmen no es un ejemplo y está bien que así sea, ya que la literatura no es el sitio donde instalar proclamas morales.
El libro posee una prosa coloquial, cercana a la oralidad. Afortunadamente, hay mínimas huellas del idioma inglés con el que convive a diario desde hace diez años. Si bien su estilo es el de la recopilación de pequeñas historias entretenidas sobre su oficio, también hay lugar para narraciones de tono dramático, relacionadas con su vida en Chile.
Así, la prosa salta de un tema a otro, siempre escarbando en sus estados emocionales, aunque la insistencia en los fracasos amorosos vuelve un tanto reiterativa la narración. También es cierto que el lenguaje coloquial y el estilo conversacional podrían confluir en una escritura que no penetre adecuadamente en los personajes. Pero esto no ocurre, el volumen se aleja de la banalidad y es veraz en la exposición de la crisis permanente de su protagonista.
Carmen se gana la vida, mayoritariamente, vendiendo “lapdance” en un club nocturno. Esto significa realizar bailes privados y estimular a sus clientes en el consumo de alcohol. El club tiene como norma no tocar a las mujeres ni intercambiar fluidos. Transgredir estas reglas implica la expulsión del cliente. El cuerpo supuestamente intocable implicaría alejar el oficio de las muchachas del comercio sexual. Sin embargo, Carmen y al parecer todo el grupo de chicas sí explora esa oportunidad de ganar dinero extra. Si bien el personaje no alude a tener sexo con sus clientes, se sobreentiende que es más que probable.
Y con esto aparece uno de los puntos fuertes de la novela: la oportunidad de reflexionar sobre el comercio sexual. Sí, porque por lo general el feminismo abolicionista corre el peligro de apuntar hacia el fenómeno equivocado. Según la filósofa Silvia Federici, quien se declara abolicionista, se debe distinguir entre la trabajadora sexual y la maquinaria de explotación patriarcal/capitalista que está detrás del oficio. Si hacemos caer toda la responsabilidad en la trabajadora, el juicio simplemente se convierte en una postura moral del todo inútil para combatir el problema de la explotación sexual. Abolir todas las formas de explotación y con ello abolir que las mujeres vendan su cuerpo debiera ser el fin último del abolicionismo.
Ahora, respecto al trabajo sexual, la novela de Romina Pistolas nos enfrenta a una decisión del personaje, la cual nunca tambalea. Ella decide trabajar de stripper y si bien señala que gana buen dinero, jamás ensalza su oficio o pretende ubicarlo como un ideal de vida, no hay una reafirmación con aires de superioridad en su postura.
Lo que sí es complicado es el manejo de la violencia en el libro. Si bien hay violencia de género constante, siempre aparece relacionada con las parejas de las strippers (todas heterosexuales). Lo extraño es que no hay violencia asociada al oficio mismo. No hay explotadores sexuales y tampoco clientes que se excedan, a lo más algunos tienen ciertos hábitos frikis. El veto a la violencia en la práctica del comercio sexual suena a una idealización del oficio en la cual la trabajadora se debería considerar plenamente dueña de su fuerza laboral.
Más allá de todo, lo interesante es que las idas y venidas de Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa permiten que vaya mucho más allá de lo que pareciera ofrecer el título, moviéndose en una ambigüedad que más que una caída, resulta un mérito.