Nancy Cortez es costurera, mamá y abuela. Su hija tenía 34 años cuando desapareció en Curacautín y ha organizado más de veinte búsquedas junto a sus compañeras, familiares y agrupaciones que la han apoyado. Denuncia negligencias en la investigación y que en este país los casos de mujeres parecen no importar cuando son trabajadoras sexuales, inmigrantes o pobres. Esta es su historia y la quiso compartir un #25N, el Día Internacional Contra la Violencia de Género.
Es viernes seis de noviembre, en dos días se cumplirán dos años de desaparición de su hija Paola (36). Nancy Cortez se encuentra en Curacautín -dónde aún busca a su hija entre viajes a Santiago y en medio de una entrevista vía Zoom- rememora el domingo en que todo se detuvo.
Fue el diez de noviembre del 2018. Ese día se levantó temprano y fue a la feria a comprar todos los ingredientes para cocinar ceviche de reineta. No había visto a su hija en una semana, según lo que le había logrado oír al teléfono, estaba trabajando en el sur.
Esa tarde Nancy puso la mesa y se quedó esperando por horas
Primero pensó que quizá no había ido porque estaba cansada, era probable que se hubiera quedado dormida o algo así. Siguió esperando.
Paola nunca llegó.
Esa misma noche, una sobrina llamó a Nancy para decirle que una amiga de Paola mandaba a decir que ella no había llegado a dormir al hostal dónde se estaba quedando en Temuco. Que estaba desaparecida y que algo le podría haber pasado.
-La Paola era mamá, mi nieto tiene 20 años, mi hija era estudiosa, bien risueña y ordenada, vivíamos en Peñalolén-, dice para describir a su hija en medio de la conversación.
Recuerda que el lunes siguiente la llamó temprano esa compañera de Paola, le contó que su hija era escort. Fue la primera vez que supo en qué trabajaba. También le contó de las últimas pistas sobre su posible paradero.
Le relató que esa noche estaba con un cliente, parecía molesta y se le “iba” la señal, según lo que informó en el último whatsapp que recibió de ella.
Paola Alvarado tenía 34 años cuando desapareció. Había estudiado Administración de Empresas y era contadora. Pero hacía seis años trabajaba de acompañante y al igual que muchas otras trabajadoras sexuales, ella no le había contado nada a su familia. Quizá le daba vergüenza, quizá no quería preocuparlas con los riesgos de la actividad.
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Ese domingo Nancy y su pareja fueron a estampar una constancia a Policía de Investigaciones ( PDI) de Peñalolén. En el cuartel la bombardearon de preguntas y ella apenas sabía el día que Paola se había ido y que iba a hacer ese trabajo “al sur”. Ni siquiera alcanzaron a despedirse. Un error que ella se recrimina hasta el día de hoy.
Luego supo que tuvo una cita en Curacautín.
El martes, cuando ya habían pasado tres días de la desaparición de su hija, encargó a sus nietos con una cuñada, echó a la rápida un poco de ropa a un bolso y viajó al sur para saber qué había pasado con Paola.
Una vez que llegó a Temuco, volvió a declarar. Había impreso decenas de fotografías de su hija y pegó los papeles por toda la ciudad
Después de correr varios lugares, pasó a una cocinería de comida casera en Curacautín y terminó conversando con la dueña, quien le ofreció alojamiento por muy poco dinero para facilitar la búsqueda. Se quedó tres meses. Comenzaba así una cadena de solidaridad de mujeres que contará después.
Desde entonces ya se han organizado veinte búsquedas, tres ONGs la han ayudado. Pero todas estas actividades las ha costeado de su propio bolsillo.
El 16 de noviembre de 2018, Erwin Aedo Soto (33) –un trabajador agrícola del Fundo Los Prados- fue encontrado por la Policía de Investigaciones debido a los mensajes que la amiga de Paola tenía. Confesó que había asesinado a la mujer, sin embargo dio diferentes versiones, hasta hoy no ha querido colaborar con la investigación y sigue en prisión preventiva.
En su primera declaración Aedo Soto reveló haber contratado a la joven. Dijo que cuando iban camino a las cabañas a reunirse le tuvo que confesar a Paola que le había mentido, que no tenía los $400.000 y que producto del enojo de ella, comenzó a golpearla, la acuchilló y la tiró a orillas del Río Dillo.
Finalmente, las georreferencias de su celular apuntaban a que estuvo en el Fundo Los Prados, lugar dónde él trabajaba.
Tuvo que pasar un año y medio, y con presión de Alejandro Guzmán, abogado de Nancy, para que la policía les diera las georreferencias de dónde había estado este hombre para que ella pudiera seguir buscando a su hija.
Cuando se cumplieron seis meses de la desaparición de Paola, Nancy subió al Fundo Los Prado junto a sus amigas y encontraron una zapatilla de la joven. Algo que ellas mismas tuvieron que ir a dejar, porque los funcionarios no quisieron “peinar” esa zona.
-Ha habido muchas cosas tristes, desde que la policía no quiera ir a buscar la evidencia al lugar y luego que ni peritaje nos entreguen. Tuvo que pasar un año y seis meses para que nos dieran las georreferencias (…) Por ser ignorante, por no entender, nunca me apoyaron. Si una no tiene plata no le importa a nadie-, dice
El día de la audiencia de formalización, Nancy y su pareja estaban solos. No conocían como funcionaban las fiscalías ni los juzgados, no sabían cuándo hablar o no. Tampoco nadie se los explicó. Los periodistas la acosaban con preguntas y ella aún no creía lo qué había pasado con su hija. Apenas lo había digerido.
-Lo único que quería saber era qué le había hecho a mi hija, y dónde estaba ella-, recuerda.
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Hoy Nancy ya no se siente sola. Hace un año formó la “Agrupación de Familiares de Víctimas de Femicidio”, donde también está la familia de Antonia Barra y la madre de Anna Cook (joven lesbiana presuntamente asesinada). Hace sólo semanas tienen personalidad jurídica. Se conocieron en las protestas y hoy invitan a todas las mamás y personas que necesiten a unirse a esta agrupación.
-A veces por las noches conversamos con la mamá de Antonia Barra. Somos familia. Nos une el compañerismo y el amor. Somos familiares del dolor. Toda la vida vamos a estar unidas por eso-, dice.
Para Nancy cada búsqueda es un rito. Ha viajado desde su antigua casa en Peñalolén a Temuco y desde Temuco a Curacautín por dos años. Años de vida itinerante.
En sus recuerdos está la primera búsqueda donde conoció a las mujeres del pueblo, luego la ayudó la ONG “Nueva Imperial”, quienes se dedican a hacer rescates marítimos y terrestres. En cada búsqueda se suma más gente. Mujeres, como tantas otras, que transformaron su dolor en activismo.
-A veces siento que la veo, una vez estaba en el terminal de Temuco y de repente estaba tomando un café y vi a una chica igual a ella, tenía su carita igual y el pelo parecido. Crucé la calle corriendo, pero la perdí de vista. No sé si era ella. No sé si está viva-, reflexiona.
Después de la desaparición de Paola vendió sus máquinas de coser y hoy sólo vive gracias al trabajo de su pareja, la ayuda de su familia y los bonos que de pronto llegan.
El fin de semana del nueve de noviembre, utilizó el dinero de su 10% de retiro de AFP para pagar hospedaje, comida y traslados a las casi 80 personas que llegaron desde diferentes lugares del país para ayudarla (Santiago, Cartagena, Concepción y Temuco), gente que estaba movilizada por la búsqueda de la verdad y las ganas de ayudar a Nancy.
-Tenía guardada mi platita, pero hasta mi casa la pienso vender por buscarla Porque si nadie me quiere ayudar, si la policía no quiere seguir, yo no descansaré-, confiesa y se emociona.
Relata que desde el Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género (Sernameg) le asignaron abogados que nunca le respondían sus preguntas y que poco y nada se comunicaban con ella. Pero gracias a la misma red de organización que se ha tejido en Curacautín, pudo conseguir su actual abogado.
La búsqueda realizada el nueve de noviembre pasado no logró tener resultados. La semana siguiente era crucial: el 19 de noviembre quizás Aedo Soto podría confesar dónde estaba el cuerpo de su hija. Esto porque se le ofreció un acuerdo, si el confesaba podría ser menor la pena. Finalmente no fue así.
Desde que Paola desapareció, Nancy duerme en el sillón del living de su casa, por si ella regresa o por si llama al teléfono fijo. Cada vez que escucha que ladran los perros o alguien grita se para a mirar. Todo orbita en la memoria de su hija. La única forma de conciliar el sueño es tomar una pastilla cada tanto.
Tiene miedo que se cierre la investigación y a la vez sabe que hay mucha discriminación en el caso de su hija por ser escort. Mientras ya prepara otra búsqueda para los días previos a Navidad, dice que no puede perder estas fechas de verano que son en las que más éxito podría tener. No pierde la esperanza.
-Si sale esa platita de la AFP lo usaré en la búsqueda y si no sale, pondré en venta mi casa. Lo único que quiero es encontrar a mi hija, encontrarla a ella como sea que esté. Poder darle una sepultura, ir a dejar unas flores. Son varias niñas las que siguen perdidas y que nadie busca por ser pobres o por ser inmigrantes. Este mundo del trabajo sexual es peligroso y en este país todas las mujeres estamos desprotegidas si somos pobres-, dice antes de terminar la entrevista.